Más allá de apoyar la investigación sobre el gran yacimiento cordobés y todos los ámbitos patrimoniales que derivan de nuestro pasado histórico, un Consorcio de la Ciudad Monumental de Córdoba o, mejor aún, un Instituto Universitario de Arqueología y Patrimonio podría ofrecer a la ciudadanía una arqueología de oficio que le ayudara a enfrentar -aun cuando fuera sólo desde el punto de vista técnico- las cargas que recae sobre ella en la legislación al uso y, a cambio y en contrapartida, de acuerdo con la casuística específica, que todos los afectados aportaran una cantidad previamente tipificada a los fondos del mismo en función de la entidad del proyecto, de los restos encontrados y de las pérdidas que fuera necesario asumir. Se trataría de un proceso permanente de retroalimentación, que apoyaría sin reservas la generación de conocimiento, pero también evitaría en la medida de lo posible las destrucciones, generaría empleo y, sobre todo, derivaría cada euro obtenido a la creación de estructura. Resulta sorprendente que, después de cuatro décadas invirtiendo millones de euros en la arqueología cordobesa, a día de hoy la ciudad no cuente con espacio arqueológico alguno que haya venido a incrementar su oferta patrimonial, y que lo poco que se ha conservado languidezca en sótanos y párkings sin posibilidades de acceso ni de «explotación» cultural, educativa o turística. La creación de un Instituto permitiría en este sentido apostar por una red de espacios arqueológicos y centros de interpretación perfectamente planificados dispersos por toda la ciudad, contribuyendo así a potenciar el discurso de las distintas Córdobas que han sido, a deslocalizar el turismo sacándolo del entorno de la Mezquita y repartiéndolo por la ciudad, y a crear empleo no sólo en al campo estricto de la arqueología, el patrimonio o la museografía, sino también de la hostelería, de la gastronomía, de las Bellas Artes, de la artesanía, del turismo, etc.

En toda ciudad histórica que se precie, más allá de la investigación sensu stricto, es preciso conservar con criterio, señalizar de manera rigurosa, uniforme, global e innovadora, potenciar sin reservas el uso de las nuevas tecnologías, facilitar el acceso físico o virtual a los restos, crear rutas temáticas y cronológicas que permitan ofrecer a la ciudadanía un discurso diacrónico, coherente y completo sobre el gran conjunto arqueológico vernáculo, una herramienta educativa y turística de primer orden que, obviamente, enriquecerá de forma importante su oferta. De lo contrario, tales integraciones acaban provocando el efecto contrario, lanzan a la sociedad un mensaje de abandono, peso muerto y falta de utilidad que da la razón a los detractores de la arqueología. Tras años de excavaciones desaforadas, es tiempo de estudio, imprescindible para incrementar nuestro conocimiento sobre la ciudad antigua y su evolución en el tiempo, pero también de rentabilizar lo poco que queda. Córdoba viene, en efecto, desaprovechando secularmente su enorme potencial en relación con el pasado, camuflada tras al tirón de la Mezquita y los patios, lo que le ha llevado a renunciar a cualquier tipo de reivindicación patrimonial que, en cambio, sí que han abanderado otras ciudades como Cartagena, Mérida o Tarragona, también ciudades-yacimiento pero con una gestión absolutamente distinta a la de Córdoba: cuentan con un Museo Nacional de Arqueología (además del Provincial), con un centro de investigación histórico-arqueológica de alcance regional, específico, de alto nivel y muy bien dotado, y sendos festivales de difusión y recreación histórica de gran tirón popular: Cartagineses y Romanos, Emerita Ludica y Tarraco Viva, respectivamente. Córdoba en cambio no tiene nada, mientras ve cómo desaparece a diario su acervo histórico, y las miles de toneladas de materiales arqueológicos conservados en naves y almacenes crecen imparables y crían polvo ante la falta de interés por parte de los investigadores.

En definitiva, es perentorio racionalizar la postura de Córdoba frente a su herencia patrimonial, cambiar el modelo y alumbrar nuevas formas de hacer integradoras que, además de trabajar desde el consenso, potencien sinergias y garanticen todas las fases de la cadena de valor del patrimonio. Sólo hace falta querer hacerlo, sentar en una misma mesa a los responsables institucionales y trabajar desde la generosidad, aparcando los personalismos y potenciando la vocación de servicio público y el concepto de ciudad. Córdoba es el único conjunto urbano de España con cuatro declaraciones de Patrimonio de la Humanidad (nada más transversal que eso), y debe corregir la desidia con la que enfrenta su responsabilidad al respecto. Nada mejor que centralizar la gestión para evitar duplicidades, contradicciones o acciones contrapuestas.

Habría que vencer muchas reticencias y combatir otras tantas resistencias, pero la puesta en marcha de un organismo así terminaría por imponer su racionalidad y por concitar el apoyo unánime de propios y extraños; porque otra Córdoba es posible.

* Catedrático de Arqueología de la UCO