Hasta los diez años de edad no conocí más edredón que el de mi tía abuela Paca, hermana de Lola, mi abuela paterna. Su marido era comerciante de textiles y lo trajo de uno de sus viajes a Barcelona, allá por los años 30 del siglo pasado. Estaba relleno de plumón. Lo tuvo siempre sobre su cama, cubriendo sábanas y mantas, a modo de colcha. Era un cuadrado rematado por borlas en los extremos; no se remetía porque no colgaba por ninguna parte; ocupaba lo justo desde donde terminaba la almohada hasta los pies de la cama y de lado a lado. Era rojo oscuro, de tela adamascada, estaba atravesado horizontal y transversalmente por pespuntes que formaban cuadros medianamente grandes destinados a evitar que el plumón se desplazase. De vez un cuando, uno de esos plumones conseguía atravesar la tela, demostrando con ello la opulencia del relleno. Lo considerábamos entonces un medio de abrigo bastante exótico.

A los diez años leí por primera vez Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne y en el capítulo XI, cuenta que Hans, el guía, es un cazador de eiders, especie de gansos que construyen sus nidos entre las rocas de los fiordos. Las hembras los recubren con las plumas que ellas mismas arrancan de su vientre. Llega el cazador y se apodera de las plumas, con lo que las hembras vuelven a empezar una y otra vez hasta que se desprenden de todo su plumón. Entonces le toca el turno al macho, pero el de éste, más duro, carece de interés para el cazador, con lo que el nido puede concluirse. Y ésta fue la segunda vez que tuve noticia de los edredones. Supe que en los gélidos países nórdicos, las plumas habían sustituido ventajosamente a las pieles, por su mayor capacidad de abrigo y su menor peso y también supe que la palabra eider era el origen de la palabra edredón, con lo que el de mi tía me pareció todavía más exótico. Cada vez que lo veía, me imaginaba a Hans trepando por aquí y por allá, con un gran saco colgando en su espalda.

Cuando mis hijos eran pequeños, compré edredones para sus camas. Aquello era una gloria en todos los sentidos, así que enseguida puse un edredón en la mía y lo mismo mis padres y cuantos comprobaban mi entusiasmo. Ahora das una patada y salen cien mil edredones, de todos los tejidos, precios y colores; de plumón, de algodón, acrílicos, antiácaros... Espero que la forma de obtener el plumón haya cambiado y las pobres gansas no tengan que arrancárselo como posesas.

* Escritora y académica