El aura nebrijense irradia con fulgor en el presente año. El V Centenario de la muerte de Elio Antonio de Nebrija (n. 1444-1522) constituye, no cabe duda, una de las efemérides más destacables con perspectivas del mayor interés. Ocasión sin duda loable al tenor de una eminencia que, necesariamente, merece el concierto de no pocas ciudades (Salamanca, Alcalá, Extremadura, Burgos...), instituciones (universidades, fundaciones, colegios...) y personalidades (Cisneros, Los RR. CC., Juan de Zúñiga...). El prócer andaluz concita nuestro mayor interés por ser uno de los pilares fundamentales de nuestra lengua, por sus capacidades personales y magisterio irrefrenable, pero también por la brecha humanista que abre en un momento crucial de nuestra Historia, cuando concluye el Cuatrocientos y se vislumbran horizontes inconmensurables en un Quinientos desbordante de novedades políticas y culturales.

Nebrija despierta admiración por doquier. En él y sus circunstancias se concitan un sinfín de circunstancias que impulsan una imagen sobrecogedora, porque se trata de una personalidad desbordante, una actividad académica inmensa y una proyección profesional indiscutible. Son muchos los apuntalamientos que lo hacen diferente, distinto y universal, sin mayores prebendas de la diosa Clío. El joven andaluz que sale de Nebrija adolescente, con horizontes inciertos de futuro, alcanza en el tráfago de su vida pedestales elevados (Universidad; cronista, preceptor...) a base de capacidad personal y esfuerzo, canalizando adecuadamente su trabajo en acertada hilazón de centros que conforman eslabones poderosos de una magnífica carrera profesional.

En la ciudad del Tormes, cátedra secular de Castilla, encauza el asidero más grande de un cursus honorum que tiene no pocos peldaños (bachilleramiento, 1458-63; cátedras), sin embargo, es en la ciudad italiana de Bolonia y el ‘Colegio de Los Españoles’ (1465) -con una beca, curiosamente del Cabildo catedralicio cordobés- donde encuentra la veta en que se sustenta su auténtico tesoro: el Humanismo pujante derivado del asidero del Latín clasicista que es santo y seña de su producción futura. A su vuelta, la Universidad de Salamanca se convierte en su casa, por donde discurren en tiempo y forma, al tenor de aquellos tiempos, las disputas de cátedras (Poética y Oratoria, Retórica, Gramática), lecturas y oposiciones para alcanzar los grados de mayor formación y docencia (licenciamiento y maestro, 1479).

En el acervo profesional del prócer se encuentra el servicio de la nobleza al uso, como preceptor (Juan Rodríguez de Fonseca) y eminencia en la pequeña corte de don Juan de Zúñiga (Maestre de la Orden de Alcántara, en Extremadura), paladín de empresas culturales en las que Nebrija no es un simple figurante, sino portaestandarte del Humanismo preñado de Bolonia y Salamanca. Finalmente en Alcalá terminará sus días de la mano del eminentísimo Cisneros, auxilio siempre del nebrijense (aunque finalmente no participe en la Biblia Complutense) y mecenas de una institución que acoge al humanista hasta sus últimos días.

En todos esos enclaves de referencia desarrolla Nebrija una ingente labor de docencia y la producción lingüística eminente (’Introductiones Latinae’, ‘Gramática...’, ‘De vocabulorum significatione’), sin ser realmente filólogo, que ha saltado los márgenes del tiempo, con los textos de gramática latina (escolares y de gran fuste; Sagradas Escrituras...) que sientan las bases del Humanismo que le dan poso y fama. Pequeña muestra, seguramente, de una producción ingente perdida. Coetáneo de eminencias con las que traza amistad y disenso, pero con las que comparte el florecimiento de una nueva cultura (Pedro de Osma, Pedro Mártir de Anglería, Lucio Marineo Sículo, Barbosa...). Sobre todo ello las autoridades científicas nos darán buena cuenta en el presente curso.

De mayor interés resulta también, por la excelencia del prócer, la perspectiva vital de una personalidad apenas conocida. La figura de Nebrija ha estado sometida -como no puede ser de otra forma- a los vaivenes del tiempo y de la Historia, malformaciones, dislates de autores (con intereses culturales, enemistades...) y perspectivas erróneas sin fundamento cierto. No obstante, se avanza en dibujar un perfil más definido (con hechos verídicos) con rasgos certeros bien entendidos en el contexto en el que se desarrolla su vida. Don Antonio fue, con certeza que avalan sus producciones, un hombre de fuste profesional y esforzado trabajador. Un apasionado por saber. Es un profesional honesto embargado en sus trabajos personales, sin desdeñar perspectivas economicistas para garantizar el sustento material de su vida (derechos de autor; librero, editor, corrector). De inercia vital clerical frustrada en los envites amorosos que le desvían al matrimonio («me ruentem incontinentia») y abultada prole (nueve hijos legítimos). Un maestro de elevados ideales de libertad, tal vez también prejuicios sociales de su era, honestidad y emprendimiento a espuertas; sin que le falten encontronazos al uso con la Santa Inquisición, que pudo capear sin mayor problema.

Personalmente se cifra bien su altivez, vanidad y arrogancia, consecuencia grave de una eminencia consciente de su altura intelectual, con brotes elocuentes de humor fino y capacidad crítica. La recurrencia hacia Nebrija constituye, claro está, un interesante regalo para potenciar inercias culturales de mayor prestancia.

** Doctor por la Universidad de Salamanca