Últimamente, los caprichos de los tiempos hacen confluir nuestros pulsos en una raíz fonética; tres letritas agrupadas que vienen siendo el centro de todas las cosas: «VAC» como un pequeño mantra para exorcizar los problemas. No es difícil rastrear el parentesco entre las vacunas y las vacas. Ya se sabe que en el siglo XVIII un empuje racionalista empuñó el machete contra el oscurantismo. La salud era la primera trinchera para romper el tabú de Dios y Jenner se atrevió a introducir en la efervescente Inglaterra el empirismo ya aplicado por pueblos indómitos: combatir la viruela inoculando el virus de vacas enfermas. Vacas y Vacunas, un tanto monta sin cetros regios, aunque hasta hace una miaja el poder de los reinos se contaba en cabezas de ganado.

Fiel a su fuente, la vacuna es la metonimia imperante en estos tiempos de pandemia, como en su día la rebeca empoderó a una prenda gracias a una mujer sin nombre -en la película de Hitchcock, Rebeca es la némesis de esa timorata que usaba suéter con botones-. La vacuna se ha convertido en el centro de todas las cosas, el crisol para desmontar la egolatría de las vacas sagradas. A Djokovic se la ha gripado ese nuevo absolutismo que pretende entronizar a ídolos de masas en la devaluada legitimidad de su narcisismo. Por ende, la vacuna se ha convertido en el Séptimo de Caballería -poderoso y políticamente incorrecto símil- que ha venido a fortalecer la retaguardia de un zaherido Estado de Derecho.

Vacas y vacunas. Frente a la pujanza de la realidad virtual, el envite electoral recupera la chicha del sector primario. Las elecciones de Castilla y León están a la vuelta de la esquina y ahora se ha puesto de moda entre la clase política hacerse una foto en los establos. Se prioriza pastorear con los ganaderos, como si fuesen nuevas María Antonietas en su pequeño Trianon. Complicado captar los pensamientos de los candidatos, pero difícil sería sustraerse de especular con el sacrificio de los votos, deseanditos de limpiarse esas bostas de las suelas.

Los pecados de la carne y las fisuras de los estereotipos: la derecha quiere monopolizarse carnívora -ensaladas césar de las megapijas aparte- y la izquierda no quiere desertar del veganismo. Para suerte o desgracia de Alberto Garzón, quizá no en todas partes cuecen habas, pero al menos también ocurre en el país vecino. Francia celebrará esta primavera elecciones presidenciales, y la izquierda gala intenta arrancar la espada de la roca para conjurar una anunciada derrota. Fabien Roussel, candidato del Partido Comunista Francés, se posiciona con los entrecots, en esa santa alianza con el queso y el vino para sacralizar las esencias de Francia. Y apostilla que la quinoa es sosa, para distanciarse más de su homólogo español. Roussel puede ser una rara avis que tiene casi imposible superar la primera vuelta de los comicios presidenciales. Pero el panorama de la izquierda española tampoco es halagüeño si orean sus contradicciones en la granja de Pepito. Y en ese juego de despropósitos, quizá el más censurable del señor Garzón ha sido ese ejercicio de arrogancia, asegurándose ministro de Consumo hasta el final de la legislatura, también para retratarse como vaca sagrada. Pronto llegará la Cuaresma y gracias a una convergencia ateo vegetariana, se intercambiarán los practicantes de la vigilia. Otra manera de detectar los pecados de la carne en este tránsito Mundo.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor