Hay dos clases de mudanzas en lo que se refiere a trasladarse y trasladar objetos de un lugar a otro: de una casa a otra y de una habitación a otra. En esto admiro a los americanos que nos presentan en las películas. Cambian de trabajo a la vez que cambian de estado, y en la escena se ve un camión de mudanzas que sale hacia el nuevo destino, mientras ellos terminan de cargar el maletero del coche donde van a viajar, metiendo unas cuantas cajas de cartón. Nosotros -este nosotros lo aplico a mi familia y a mí misma, pero puedo hacerlo extensivo a más personas, incluidas las que ahora me están leyendo- para un simple perol, necesitamos muchos más bultos. No digo ya para un cambio de casa.

También es típico de película americana que alguien a quien acaban de despedir, meta cuatro cosas en una caja, sin que falte la típica fotografía familiar, y salga tan ricamente, sin echar ni un vistazo alrededor por si se deja algo atrás. Claro que hasta cierto punto no me extraña, porque en toda una vida profesional dedicada a la enseñanza, al cambiar de aula, casi siempre he encontrado los cajones del bufete llenos de cosas pertenecientes al compañero o compañera que ostentó la titularidad del aula el curso anterior. Si había cambiado de centro educativo, yo lo tiraba todo, limpiaba los cajones y los forraba para facilitar su limpieza cuando volviese a cambiar de aula. Si continuaba en mi centro le preguntaba si quería efectuar algún tipo de mudanza. Salvo alguna excepción, me contestaba que no le interesaba nada de lo que allí había, me vendía la fineza de que lo había dejado por si me venía bien y que, si no era así, me animaba a tirarlo. Todo, menos llevarse sus cosas.

Y tampoco esto me extraña demasiado, porque mis hijos, al independizarse, han hecho lo mismo; o peor, porque no me dejan si siquiera tirar, sino que quieren ser ellos mismos los que lleven a cabo el expolio, aunque nunca encuentren tiempo. Estas reflexiones no tienen que ver con ninguna mudanza, sino con las rebajas. Dicen las yotubers especializadas en moda que por cada prenda nueva que entre en el armario o en el vestidor, debe salir otra que ya no nos haga felices -Marie Kondo ha hecho mucho daño-. Esto no lo cumplo ni de lejos. Por eso envidio a los americanos de las películas, con sus cajitas de cartón, que pueden cambiar de estado, de trabajo y de vida en unos minutos, sin mirar hacia atrás ni una sola vez.