Las navidades se han teñido de nuevo de blanco, no de la nieve sino del color arquetípico de lo sanitario. En un artículo anterior comentábamos la posibilidad de una sexta onda pandémica dependiendo básicamente de tres factores: el porcentaje de vacunación, las medidas restrictivas y el comportamiento estacional del coronavirus. También la aparición o no de nuevas variantes con escape inmunitario (ya sea de la vacuna o la infección natural). Las restricciones casi desaparecieron salvo la discutida mascarilla; el componente estacional aunque el frío ayude al virus, está por determinar; el porcentaje de vacunación alcanzó altos niveles, suficiente para la protección de grupo, pero apareció una variante nueva, ómicron -considerado por algunos como el virus más contagioso de la historia, con unas características especiales: más transmisibilidad que la delta, con una tasa de ataque secundaria superior, pero menos grave y letal (alrededor de un uno por ciento de hospitalizaciones y la quinta parte de ingresos en UCI y aún menos de fallecimientos), y la población tiene más inmunidad que en las anteriores oleadas, gracias a las vacunas o haber sido contagiados y por la propia inmunidad celular que evita la enfermedad grave en un 80%.

Lo cual no quiere decir que no haya fallecimientos y hospitalizados porque al aumentar en número absoluto los casos aumentan también los ingresos hospitalarios lo que está produciendo una gran presión en los sistemas de salud. Lo que no se esperaba era que la sexta onda epidémica fuera la de más alta incidencia de toda la pandemia.

Por fortuna la vacunación no es sólo efectiva, sino que ha evitado muchos eventos graves con hospitalizaciones y fallecimientos pese a la alta contagiosidad que no ha ejercido la protección de grupo que se esperaba. Se ha demostrado por otro lado que la administración de una tercera dosis, de recuerdo, con las vacunas ARN, aumentan el nivel inmunitario y la eficacia vacunal contra las formas severas. También es menor la probabilidad de infección, aunque no la elimina como se comprueba por esta incidencia disparada. Los no vacunados que se infectan tienen quince veces más de riesgo de ingresar en el hospital o de fallecimiento y se infectan más. Según la OMS los no vacunados representan entre el 80 y el 90% de los enfermos con infecciones graves, hospitalizaciones y decesos.

Respecto a las restricciones se ha puesto el foco en la responsabilidad individual, que lo es en muchas facetas de la vida, pero no puede ser un ejercicio evasivo de responsabilidades de las instituciones y organismos. Es cierto que hay que equilibrar salud pública, salud mental y economía como se ha dicho, pero dejar caer todo el peso de la responsabilidad en las decisiones individuales, aún siendo necesarias, no es el mejor ejercicio. Más cuando hemos dicho tanto respecto de la necesidad de vacunarse y de su alta eficacia, por lo que se han soslayado muchas de las medidas no farmacológicas. Y se ha relajado el mensaje y la actitud.

El aplicar restricciones cosméticas, como el uso de mascarillas en exteriores no parece muy razonable, y el llamado pasaporte covid es innecesario cuando más de un 90% de la población diana está vacunada -como ocurre con la no necesidad de una vacunación obligatoria- y se puede producir el efecto contraproducente de un rechazo en su implantación por lo que ni se vigilan ni se cumplen. Los rastreos en las circunstancias actuales, con los recursos desbordados y tras años de pandemia se han descubierto si no irrelevantes, poco efectivos para evitar la transmisión comunitaria.

Para soslayar el problema de la aparición de nuevas variantes, aparte de la evolución natural del virus -se puede atenuar o aparecer variantes más graves como pasa con la gripe-, es fundamental apoyar la vacunación en países con menos recursos. Pero habría que preguntarse sin nuestra población está dispuesta a ese sacrificio posponiendo una tercera e incluso ya una cuarta dosis en personas vulnerables, para vacunar a los países africanos. La solución vendría por una expropiación –ya que voluntariamente no se hace por las empresas farmacéuticas- de las patentes.

Estamos en un punto inflexión. Y en este sentido va la nueva estrategia de vigilancia y control. Y se perfila un modelo de vigilancia epidemiológica y virológica similar al de la gripe con médicos centinelas y del que se tiene ya una experiencia de muchos años. Ello, además de la vacunación y las medidas generales de prevención (higiene, lavado de manos y medidas barrera para evitar el contagio) y un plan de alta frecuentación no sólo a nivel hospitalario sino también en atención primaria, con recursos suficientes. Y un nuevo sistema de salud pública, que no sólo aborde con eficacia las posibles nuevas situaciones pandémica o endémicas, sino que permita controlar mejor y prevenir otras enfermedades.

Se impone una nueva forma de hacer vigilancia en la que se contemple el concepto de portador sano (asintomático), como ocurre en otras enfermedades, en la clasificación de la infección y excluirlos de los casos. El no hacerse así está sobredimensionando –más que infradeclarando- el número de casos y con la generalización de los autotest de antígenos: es la primera vez en la historia sanitaria que un afectado se puede dar de baja laboral de motu propio, sin intervención sanitaria.

¿Estamos en el principio del final de la pandemia? Posiblemente, pero no del coronavirus; un virus endémico más.

*Medico epidemiólogo