En múltiples ocasiones me habrán oído decir que nuestra Universidad, la Universidad de Córdoba, ha alcanzado los estándares de calidad y reconocimiento nacional e internacional gracias a ese grupo de personas que, desde su creación, supieron imprimirle un carácter singular e investigador. Entre esas personas está, con todos los méritos para ello, el Prof. Miguel Valcárcel, un académico que no sólo fue brillante en su actividad docente e investigadora, sino que hizo lo más importante, lo que debe ser nuestro máximo objetivo: formar a las generaciones siguientes en el camino de la calidad y la excelencia. Y prueba de ello son los numerosos doctores que se formaron junto a él y hoy son reconocidas personalidades en el ámbito de la química analítica, doctores que le brindaron un emotivo acto de homenaje en 2016.

La excelente actividad investigadora de Miguel y su capacidad para captar fondos de investigación es ampliamente conocida y admirada, siendo numerosos los premios y reconocimientos locales, nacionales e internacionales que recibió.

Miguel ha sido un claro ejemplo de que docencia e investigación son complementarias y ambas imprescindibles en la labor del profesorado universitario

Pero quizás sea menos conocido, fuera del ámbito universitario, su amor por la docencia, su desvelo constante por hacer una buena transmisión de conocimientos y contribuir, de forma significativa, a difundir la importancia de la docencia y de su calidad, participando en comités a nivel nacional e impartiendo cursos y seminarios sobre el particular. Los que disfrutamos de su magisterio en este campo siempre recordaremos sus clases amenas, directas y críticas que rebosaban del compromiso que Miguel tenía con todas las facetas de la actividad universitaria. Miguel es un claro ejemplo de que docencia e investigación no son las dos caras de la misma moneda, sino que son complementarias y ambas imprescindibles en la labor del profesorado universitario.

Y una prueba más de ese compromiso fue su labor en el campo de la responsabilidad social corporativa, en el que colaboró, una vez más, con nuestra universidad, o sus recientes obras sobre la enseñanza de su disciplina, en la que se acompañó de jóvenes doctorandas.

Compromiso que también demostró con anterioridad en los diferentes cargos de gestión que desempeño en su vida académica. Una vida académica que no le impidió disfrutar de sus otras pasiones, como el tenis, la pintura o la poesía, siempre acompañado por su familia.

Miguel era universidad por los cuatro costados, e irradiaba su compromiso a todos los que tuvimos la suerte de compartir momentos con él. Un compromiso que ni la enfermedad pudo mermar. Gracias Miguel.