Cuando estudiaba medicina asistí a una clase que quedó grabada en mi memoria. El profesor explicaba la conducta suicida y recalcó la importancia de no hablar, de no informar en los medios de comunicación del suicidio de una celebridad, porque se produciría, con toda seguridad, un efecto contagio. Y aportó como ejemplo el aumento considerable de suicidios que se produjo en Estados Unidos tras la muerte de Marilyn Monroe. Fue tan elocuente que nunca olvidé aquella recomendación: si hablar del suicidio de alguien conocido podía incrementar un problema de salud pública, debía evitarse; era un tabú. En esas fechas se publicó un importante estudio sociológico que denominaba efecto Werther al fenómeno del contagio descrito por el profesor. El término aludía a los suicidios que, imitando al del protagonista, se atribuyeron a la lectura de la novela de 1779 ‘Las penas del joven Werther’ de Goethe.

Al convertirme en psiquiatra y tener que explorar si los pacientes presentaban ideas suicidas descubrí que, si vencía mi inseguridad inicial y lo abordaba con respeto, muchos encontraban alivio al hablar de ello.También descubrí que no podemos considerar la conducta suicida como algo idéntico en todos los que la experimentan. Las motivaciones siempre son distintas de una persona a otra y nunca, o casi nunca, hay una única razón. Influyen múltiples factores y varían a lo largo del tiempo: la enfermedad mental, determinadas características de la personalidad, la pobreza, la soledad, el rechazo social y todas aquellas situaciones vitales desfavorables que se acompañen de desesperanza.También varía la determinación porque, en general, la idea de poner fin a la propia vida es ambivalente. El suicida no desea morir, desea dejar de sufrir; quiere dejar de vivir si su situación no varía, pero querría seguir viviendo si cambiara. Esa ambivalencia es la que permite encontrar resquicios por donde buscar otras salidas, otros enfoques al malestar y aportar esperanza.

Darme cuenta de la disparidad de causas y circunstancias que acompañaban a la conducta suicida me hizo dudar de la afirmación tan categórica de mi profesor. ¿Y si no se tratara del hecho de informar sino de cómo se hiciera?

En 2014, la OMS publicó un informe en el que declaraba que el suicidio era un problema global que se podía prevenir y urgía a establecer planes de actuación nacionales para ello. A partir de entonces ha lanzado diversos guías orientadas a formar a los medios de comunicación para que difundan de forma responsable las noticias sobre suicidios. En la última, de junio de 2021, recomiendan también colaborar con las redes sociales para que sean más conscientes del problema y detecten y eliminen contenidos perjudiciales. Se ha producido un cambio en la visión de la influencia de los medios de comunicación: informar de los suicidios puede provocar su contagio o, al contrario, prevenirlos, contribuir a evitarlos. Ese papel benéfico se ha denominado efecto Papageno, inspirándose en el personaje de la Flauta Mágica de Mozart que, ayudado por unos espíritus infantiles, desiste de su idea de suicidarse cuando estos le muestran otras posibilidades.

¿En qué consiste informar correctamente? Los principales medios han desarrollado protocolos de actuación sobre este tema siguiendo las recomendaciones de la OMS y de otras sociedades sanitarias. Todos los protocolos coinciden en unos puntos básicos: evitar generalizaciones y abordajes sensacionalistas así como detalles de las circunstancias del hecho; no juzgar ni sacar conclusiones simples, manteniendo el respeto a la víctima y a su familia. Se aconseja añadir información sobre ayuda profesional e incidir en información sobre casos en los que se pudo rectificar e información sobre falsos mitos que solo perpetúan la situación de estigma y tabú que acompaña al suicidio.

Hace menos de un mes se produjo el suicidio de una conocida actriz española. ¿Ha sido tratado correctamente este tema desde los medios? En mi opinión, algunos medios sí lo han hecho y otros han cometido errores difíciles de entender, como aportar detalles de la autopsia o del método utilizado, algo que todos los manuales desaconsejan de forma tajante. Quiero pensar que quienes hayan escrito estos artículos no son conscientes del dolor y de las consecuencias que pueden poner en marcha. Desconozco la información publicada en las redes sociales, pero imagino que el tratamiento habrá sido igual de dispar. Queda mucho que aprender.

Hoy le habría respondido a mi profesor que no veía tan clara su indicación, que la información es una balanza con dos efectos y que habría que intentar dirigirla hacia el efecto Papageno evitando el Werther y que construir un tabú, a pesar de justificarlo para bien de la salud pública, no soluciona el problema, lo esconde debajo de la alfombra.