Los benévolos lectores del articulista conocen bien su retraimiento en el uso del pronombre de primera persona, siempre particularmente propenso al egocentrismo o al narcisismo, degeneración del primero. Sin embargo, hay veces en que resulta muy difícil eludir su empleo. La ocasión presente semeja ser una de ellas. Dada la circunstancia de ser el catedrático de Hª más antiguo de los venturosamente existentes más o menos activos -con la insigne excepción del Prof. D. Valentín Vázquez de Prada- resulta claro que la afección en la escala modesta que le es propia por su entrañado oficio se descubre tan fuerte como espontánea. Todo lo concerniente al estudio de la contemporaneidad se le manifiesta familiar e irresistiblemente imantador. Galeote de la pluma, no hay día que no consagre algunas líneas al análisis primero y al pergeño después a los acontecimientos que integran la Edad histórica más cercana a nuestras preocupaciones y anhelos.

De ahí que su rotunda, completa oposición a los planes proyectados por nuestras autoridades educativas en orden a iniciar la enseñanza de la Historia de España en el Bachillerato a partir de la instauración del Nuevo Régimen. Tal ordenamiento ministerial mutila y amputa el ser histórico y la identidad de nuestra Patria de manera tan ignara como siniestra. El viejo y noble país que afrontaba a comienzos del siglo XIX en la trimilenaria Cádiz –acaso la ciudad más antigua de Occidente...- el nacimiento del sistema liberal tenía a sus espaldas un muy largo y fecundo recorrido por los caminos de la Historia. Cabe afirmar sin temor alguno a ser desmentido por los servidores más acuciosos del oficio de Clío que ni uno solo de los más de trescientos diputados que ocuparon sus escaños en San Fernando y más tarde en la misma ‘Tacita de Plata’ dejaron de tener plena conciencia de su intangible adscripción a un pueblo de cronología muy dilatada, rebosante de logros y aportaciones a la civilización. Incluso los representantes americanos en el Congreso Doceañista, por lo común muy afanosos y ardidos en su pertenencia a una España pluricentenaria, no dejaron escapar trance alguno para proclamar hasta el énfasis su adhesión absoluta a tal visión del pasado hispano. De conocer por graciosa concesión de los genios del Historia nacional los entusiastas proyectos que acerca de la formación de los alumnos de Bachillerato albergarían dos centurias posterior los responsables del muy importante, trascendental, Ministerio de Educación pensarían a no dudar que se trataba de un sueño de la razón, a la manera del inmortal cuadro que por entonces ideaba el mayor talento creador de la pintura contemporánea.

La Historia del cualquier pueblo es ante todo continuidad, legado, herencia. Sin las raíces no se puede entender su presente ni entrojar ningún fruto serondo en sus sagrados graneros. Si hasta la grave y sabia Clío es desoída en un presente sin memoria no podrá acusarse a nadie que rompa lanzas por su magisterio de frívolo o ciego frente a un porvenir asaz previsible.

* Historiador