Quiero volver a ir al gimnasio. Me apañé un par de instrumentos de tortura para hacer piernas y abdominales, pero no es lo mismo. La ceremonia diaria de ponerte el chándal y dar un paseo hasta el gimnasio, la horita de rutinas y el paseo de vuelta a casa con la satisfacción de haber quemado unas calorías, y el beneficio añadido de las endorfinas, no tiene punto de comparación. De verdad que estoy deseando volver a mi gimnasio. Se me rompió el alma cuando sentí que debía dejar de ir para protegerme del virus, y que con ello perderían un cliente más. No sé cómo están sobreviviendo estas empresas. Espero que, cuando me decida por fin a volver, sigan ahí como si no hubiera pasado nada. Mi corazón lo necesita.

Hay una larga lista de propósitos que he puesto por escrito para comprometerme este año, aparte de volver a mi rutina de ejercicios. El segundo objetivo que me he propuesto es terminar de escribir una novela que trata sobre un hombre prudente que vive y muere pensando que hay cosas sobre las que no se puede ni se debe hablar hasta que no se haya cumplido cierta edad después de muerto.

Mi tercer deseo para este año que comienza es participar de una forma más activa en la política, pero sin militar en ningún partido ni asumiendo ningún puesto de responsabilidad: política, así sin más. Disfrutar en la sombra de un sufrimiento anónimo.

A esta larga lista de intenciones se une también mi plan para averiguar cómo hace cada pareja de cromosomas dentro de una célula que se divide para reconocerse como gemelos, acercarse y juntarse para recombinarse y luego separarse para acabar cada uno en una de las dos células hijas.

También quiero llegar a comprender a fondo y averiguármelas de algún modo para explicar cómo el lenguaje es en realidad la capacidad de construir representaciones internas del mundo exterior, y que esa capacidad está presente de forma genuina ya en la más diminuta de las células vivas, cuyo genoma, el conjunto de todos los genes de todos sus cromosomas, son no solo una representación simbólica del organismo vivo escrita según el código genético, sino también una representación del mundo en el que se desenvuelve ese organismo en su devenir vital.

Dejando a un lado el trabajo (en realidad no es trabajo sino una afición infantil en la que me quedé atrapado), también me gustaría intentar que quedaran atrás, olvidadas como si jamás hubieran existido, todas las peleas, enfados y rencores con esas personas que una vez llamé compañeros, o incluso amigos y familia, pero que ahora solo existen en mi vida como simples representaciones simbólicas de los seres de carne y hueso que una vez me hicieron sonreír e incluso amar.

Y también quiero que a lo largo de este año nuevo que comienza, pero más pronto que tarde, entre en mi vida definitivamente esa persona que me hace creer y sentir que, si bien todo esto no es más que una especie de metajuego dentro de un metauniverso, mi vida merece la pena ser vivida cada minuto hasta el final, porque es única e irrepetible. Me gustaría ver mi alegría reflejada en su mirada desde ahora hasta el final.

Y terminada esta declaración de intenciones para el Año Nuevo, me gustaría recordar a todos los que antes hicieron una declaración de intenciones así de ingenua y desesperada en sus vidas irrepetibles. Y en concreto a dos. Uno, Luis Eduardo Aute, que ya vio el final de su viaje, un viaje que trazó buscando la belleza, no empujado por la inteligencia, sino iluminado por la coherente luz de su corazón: «Viva la revolución/ Reivindico el espejismo/ de intentar ser uno mismo/ Ese viaje hacia la nada/ Que consiste en la certeza / de encontrar en tu mirada/ la belleza». El otro, Paolo Sorrentino, aún en activo, que sigue gritando su búsqueda imposible de la gran belleza tal vez guiado por la mano de Dios: «La Santa: ¿Por qué no has vuelto a escribir otro libro? / Jep Garbandella: Buscaba la gran belleza..., pero no la he encontrado».

* Profesor de la UCO