A ver. ¿Qué le han pedido ustedes a los Reyes Magos? ¿Una fragancia, tal vez? Durante los últimos años he odiado la marca Puig. Ellos no tienen la culpa, y ya se me va pasando, pero la publicidad navideña de perfumes despierta viejos rencores. Ha sido un odio -llamémoslo así en la exageración, pues odiar no es una tarea fácil, mejor rabieta- provocado por la frustración, y nacido cuando la compañía retiró de la venta su colonia Estivalia. Así, sin avisar. Cada vez era más difícil encontrarla, hasta que en las perfumerías y en El Corte Inglés confesaron que ya no existía, que vendían sus últimas reservas. Escribí un correo a la empresa, a ver si era posible hacer una compra de cierre de existencias, pero, claro, no hubo respuesta y todavía no se utilizaba Twitter para patalear cuando los servicios de atención al cliente fallaban. Cada vez que pasaba por una perfumería preguntaba, y pude hacerme con algunos frascos, que fui dosificando hasta que me rendí. No he vuelto a hacer el intento. Hace dos años, los Reyes Magos encontraron en Amazon o en E-bay una referencia y la adquirieron para regalármela, gastando tal dineral que les he prohibido que vuelvan a hacerlo. Para extorsiones siempre habrá tiempo. Mejor superarlo. Ayer se terminó ese último bote, dosificado para los días en los que necesitaba un pellizco extra de felicidad, y volví a cabrearme. Bastante.

¿Es absurdo? Pues claro. Al escribirlo suena ridículo, pero no puedo evitar pensar en ello -y en otro perfume de la casa Givenchy al que han cambiado la composición y que también he tenido que dejar- cuando veo el despliegue de bellas mujeres y hombres más bellos todavía surcando desiertos de los que surge un aroma que según las imágenes y la música debe ser maravilloso, pues con él descubren el sentido de la vida y su fuerza interior, y ninfas rodeadas de flores, y frascos con forma de un tacón imposible, y muchachas que dejan plantados a sus amantes y abren la ventana con una camisa masculina puesta, y gotas que resbalan por cuerpos perfectos, y, en general, todas las fantasías con las que las grandes casas nos venden sus «nuevas» creaciones, sus «eau» y su «parfum», cada año renovadas.

No es que se dejen de fabricar los clásicos. Esos aciertos olfativos que siguen en los estantes año tras año, década tras década, como el Chanel Nº 5 de Marilyn. Pero algunos caen por el camino, seguramente porque dejan de ser rentables. De la empresa familiar Puig, hoy también familiar pero convertida en un emporio internacional con una apabullante variedad de marcas, han sobrevivido Azur y Heno de Pravia, que no es poco. Así es la vida, hay que aceptarlo. Y aceptar también que el objetivo de las firmas parece residir en atraer a sus clientes con la novedad... ¡Pero estamos hablando de perfumes! ¿No hay algo que chirría?

El olor es la memoria. La memoria de la infancia, eso seguro, pero también la memoria de la felicidad y del infortunio, de la enfermedad y de la alegría, de un encuentro, de un paisaje, de una persona que huele así y es ella sin duda alguna, de una casa, de unas sábanas recién planchadas, de la nuca de un bebé que es la de todos los bebés. Si en algún sitio me llega el olor de una chimenea en la que arde leña de olivo, vuelvo automáticamente a mis navidades de la infancia, a mi numerosa familia, a mi abuela, a mi tía, al brasero, a los dulces caseros, a mi padre por fin sin corbata, a mi madre preparando las ricas viandas (las que fueran, eso se ha borrado) con su peinado impecable y su serenidad imperturbable, a las campanas de la iglesia, a los niños pidiendo el aguinaldo. Y si aspiro ese bote vacío de Estivalia que todavía no he tirado al contenedor de cristal regresa mi 15 cumpleaños, cuando mi madre me regaló esa primera fragancia (algo más que colonia, algo menos que perfume) con la que sin palabras me otorgaba el título de jovencita, esa fragancia de precio intermedio que luego seguí comprando toda la vida, alternada con otras más adultas o más sexis o vaya usted a saber, en las que también buscaba una estabilidad, un elemento que me hiciera reconocible en la distancia corta (nada de olorosas nubes invasivas), una seña de identidad... ¡No un perfume nuevo cada Navidad, que equivaldría a un cambio de personalidad!

Ya vienen los Reyes Magos, no sé si desfilarán en las cabalgatas con la amenaza de lluvia, pero estén seguros de que no llevan en sus alforjas ningún perfume para quien esto firma. La que suscribe, tras larga búsqueda, encontró hace unos años uno con el que se identifica un poco, uno de esos legendarios, con mucha historia detrás, con la esperanza de que lo sigan fabricando hasta que a esta usuaria le toque despedirse del planeta. No se pone aquí el nombre porque... ¡Lagarto, lagarto!