El óbito del autocrático León X había sido inesperado. Su primo, el cardenal Julio de Médici, quien fuera su estrecho colaborador como vicecanciller y secretario de Estado, parecía en aquel momento el candidato mejor situado para ocupar el solio pontificio. Sin embargo, pese a su cercanía al ascendente emperador, fueron muchos los purpurados que no deseaban ver en la sede apostólica a otro miembro de la familia. La oposición no aflojaría hasta que los Médici propusieran, en ausencia, al cardenal Adriano de Utrecht (Deel, 1459-Roma, 1523), a la sazón obispo de Tortosa: una elección que, en su fuero interno, tampoco sería del todo grata a los ojos de muchos de los purpurados del cónclave, por haber sido Adriano preceptor del emperador Carlos y ostentado también, en nombre de su soberano, el propio gobierno de España. Ocho meses después de su elección, al llegar a la ciudad eterna el 29 de agosto, el desencanto con Adriano VI sería aún mayor para quienes ya recelaban de él, al constatar que el nuevo sucesor de Pedro era un hombre bastante instruido, piadoso y, sobre todo, muy austero conforme a los cánones de un príncipe de la Iglesia al uso, dando una imagen de lo que verdaderamente era: un prestigioso profesor antes que un estadista. Se le consideró además demasiado anciano como para conseguir adaptarse al ambiente que le aguardaba en la corte papal.

Adriano Florensz Boeijens nació en el seno de una familia humilde cerca de Utrecht. Fue ensalzado por su contemporáneos por sus virtudes y amor a las letras. Estudió filosofía, teología y derecho canónico gracias a la ayuda económica que le proporcionó Margaret de Burgundy, obteniendo el grado de doctor en teología en la universidad de Lovaina, donde profesó, y de la que llegó a ser vicecanciller. Fue también deán de su catedral de san Pablo, y siempre estuvo comprometido con el circulo humanista de reforma de la Iglesia. En 1507 Maximiliano de Austria le nombró preceptor de su nieto Carlos de Gante, cuando éste solo era aún duque de Borgoña. Más tarde, en 1515, sería su embajador, e incluso tuvo poderes para tomar posesión de sus intereses en España, donde llegó a pugnar con el cardenal Cisneros tras el fallecimiento de Fernando de Aragón, compartiendo con él la regencia a la muerte de este hasta conseguir la proclamación de Carlos como rey, en vida de su madre, Juana I de Castilla. En 1516, y a cambio de que Carlos se comprometiese a venir inmediatamente a España y sin ejércitos, fue reconocido por Fernando como heredero de los reinos de Aragón, Castilla y Navarra. Ese mismo año sería nombrado Adriano obispo de Tortosa e Inquisidor General de la Corona de Aragón y reino de Navarra. Al año siguiente obtendría el birrete cardenalicio y, a la muerte del cardenal Cisneros, sería nombrado también con el mismo cargo para Castilla. Cuando Carlos partió para Alemania, en 1520, quedó Adriano como regente de dicho reino, debiendo hacer frente con la ayuda de la nobleza a las guerra de las Comunidades.

Fue elegido papa el 9 de enero de 1522 como el 218 sucesor del apóstol Pedro, no llegando a Roma hasta el día 31 de agosto. En una época marcada por el inicio de la Reforma protestante de Martín Lutero, trató de impedir su progreso en Alemania, siendo mérito suyo el reconocimiento de su gravedad y las causas que lo habían desencadenado. Pero la corriente reformadora necesitaba adecuados auxiliares entre los cardenales y en el clero de todo orden; por eso, fue prematura la decisión tomada por el pontífice. Se preocupó igualmente como vicario de Cristo en contener a los turcos, manteniéndose neutral en la pugna del emperador con Francisco I de Francia. Como papa le confirmó a España los derechos de presentación de candidatos a los obispados, con lo que por parte de la monarquía hispánica quedaría controlado el alto clero, así como la incorporación a la Corona de los grandes maestrazgos de las Órdenes Militares de Santiago, Alcántara y Calatrava. Del mismo modo, emprendería una obra de saneamiento de la Curia, de los tribunales y demás oficios apostólicos, llegando a suspender las corruptelas en la Corte Pontificia, lo que le valdría un enfrentamiento con no pocos purpurados y demás prelados romanos, rebajando en 6.000 ducados la anualidad de aquellos. Paralizó las obras de San Pedro. Su austeridad también la demostró con su seriedad y bondad, teniendo como residencia el último piso del Vaticano, junto a un criado, su secretario y el ama de llaves, quedando pues al margen de lo que hasta entonces había sido el lujo vivido en la corte pontificia por quienes le precedieron.

La muerte le sorprendería el 14 de septiembre de 1523, festividad de la Exaltación de la Cruz, cuando preparaba secretamente una acción conjunta contra Francia, junto al emperador Carlos, Enrique VIII de Inglaterra y la República de Venecia.

*Catedrático