Yo llevo dentro de mí el recuerdo de mi infancia navideña como un belén, no como los de ahora de magníficas figuras salidas de talleres de ceramistas y orfebres y decorados de ópera con efectos lumínicos accionados y mantenidos por la microelectrónica, no, sino de aquellos que modelaban nuestra manos del cartón y el barro de las alfarerías, del corcho de garrafas vacías, del papel de aluminio de la cocina, de la hierba de las veredas y del musgo y que se ordenaban sobre la mesa bajo la dirección, amorosa y tierna de la tía soltera: aquí el arroyo, aquí la oveja, aquí la escoria de la fragua y la bombillita escondida, aquí la ramita de olivo, aquí el pesebre, aquí la cunita del Niño-Salvador, para reproducir un acontecimiento de paz y esperanza, tan lejano en el tiempo que nunca llegaba y reproducíamos al año siguiente con la misma ilusión.

Y llevo el recuerdo de los deseos que pedíamos a los Reyes Magos y que aparecían colgados del techo sobre el mostrador de la confitería de mi familia o el tenderete en la calle principal entre carracas, palillos y zambombas que era la tradicional música instrumental de los villancicos. Lo que de ese mundo perdido queda lo encontramos en el álbum de fotos de color sepia: niños en calles terrizas pateando una pelota, montando un caballito de cartón o un patín, tutelados por padres oliendo a anís y tricornios circunspectos y sotanas solemnes en una tarde vidriosa de domingo con repique virtuoso de campanas. Y salgo a la calle por donde discurre la riqueza de la vida, la multiplicidad de las ideas, la variedad de individuos y etnias que se desparraman en bullas de gentes hacia los mercados y tiendas abarrotadas de juguetes de la más alta sofisticación y tecnología para el compulsivo consumismo, hacia cafés y bares con clientes festivos para tomar «unas cervecitas» de esa libertad tan pequeña que apaga la sed y engaña la necesidad, mientras crece el riesgo «cierto y real» de la sexta ola de la pandemia, como advirtió nuestro presidente. Tan cierto y real que, aunque seguimos la senda de «este portentoso camino de vacunación que es asombro del mundo», superamos con récord la incidencia acumulada de contagios en olas anteriores al tiempo que se alargan las colas en los ambulatorios, aumentan los ingresos en hospitales y no faltan los fallecidos. Y aunque unos afirman lo que otros niegan, el temor a la muerte se conjuga con el reclamo de vivir un carpe diem, como si no hubiera un más allá que pudiéramos mejorar ni un más acá que desearnos un Feliz y Próspero 2022.

*Comentarista político