No siempre coincido, por muchísimas razones, con aquellos que afirman que la educación de antaño fue más deficiente y ruda que la de hoy. Puede que, en ciertos aspectos, fuera así, pues la sociedad ha evolucionado mucho en las últimas décadas, desde que viví mi infancia, y hemos avanzado en asuntos pedagógicos, como en temas científicos, técnicos y sociales. No obstante, lo que hemos ganado en un terreno (me refiero a un nivel material o práctico) lo hemos perdido en el plano sensitivo, educativo, creativo y cultural. Hace tiempo olvidamos el contacto primitivo, sensitivo y armónico, con la Naturaleza y el carácter sagrado de las cosas más sencillas, las raíces ancestrales, las huellas antropológicas de un modo de vida puro y transparente. Y esto se hace visible en el terreno pedagógico, en la educación que reciben los pequeños en cualquier colegio público o privado. Los niños de hoy no son más listos o aplicados que los niños de antaño, aunque puedan disfrutar -esto nadie lo niega- de medios técnicos y didácticos absolutamente inéditos hace décadas, cuando era impensable que el futuro un día acercase en sus alas de cera regalos prodigiosos como, sin ir más lejos, el internet, el teléfono móvil, la tablet o el ordenador. Sin embargo, con todos esos medios a nuestro alcance (aplicándose hoy en el terreno pedagógico) nuestra educación hace aguas y se nos hunde sin que aquellos que pueden quieran remediarlo.

Una sociedad que basa sus modelos en personas que triunfan en negocios fraudulentos, en redes internautas, o en esos programas vomitivos de televisión de audiencias millonarias donde almas deformes venden sus miserias, es, sin duda ninguna, una sociedad enferma que requiere ser ingresada en una UCI donde se le administre en grandes dosis inyecciones de amor, respeto y dignidad. Lo peor de todo es que nadie mueve un dedo por intentar cambiar esta realidad insoportablemente sucia, obscena. Al final, la cultura que consume el ciudadano en su gran mayoría es la que da la caja tonta. Y la educación que tenemos es un reflejo de la realidad que difunden los programas de una televisión cerril, grotesca, donde no se dedica ni un minuto a divulgar o a difundir cualquier programa cultural que hable de cine, de libros o de teatro. Parece como si, de unos años acá, desde que comenzaron a derribar en los planes de estudios las Humanidades, nuestra sociedad hubiera entrado en un estado catatónico, gris, pérfido, crepuscular, que nos lleva al temblor de una noche turbia y gélida. Es como si nos quisieran convencer quienes controlan nuestras voluntades de que para triunfar en el mundo que vivimos uno debe ser zafio, corrupto y arrogante. Los valores humanos, éticos y armónicos, están en desuso. La ética no interesa, no solo como asignatura -lo hemos dicho- sino como una herramienta prodigiosa para afrontar la umbría realidad con un espíritu limpio, solidario, e intentar transformarla, hacerla más humana, y también más justa, hermosa y habitable. Es terrible que los que dirigen este país, quienes los critican, y los que ayer lo gobernaron (el problema empezó en gobiernos anteriores), no fijen la Ética como una asignatura absolutamente esencial e imprescindible en los planes de estudio de Primaria y Secundaria. Si queremos modificar la realidad de esta sociedad zafia, cutre, consumista, que bebe en las ubres de un capitalismo insomne, de un materialismo egoísta, insolidario, deberíamos exigir que se eduque a los alumnos en los valores humanísticos que guardan las asignaturas de Filosofía y Ética. Aunque sé que es difícil que esto pueda concretarse y llevarse a cabo, pues a los que están arriba no les interesa nada que pensemos y reflexionemos sobre el desolado espacio de inmoralidad, injusticia y corrupción, que actualmente soporta nuestra sociedad famélica, tan necesitada de amor y de empatía. A veces siento vergüenza de vivir en un pobre país donde a personajes eméritos, hasta hace muy poco emperadores campechanos, se les permite gozar y disfrutar de privilegios prohibidos a los mortales, a los ciudadanos (y algunos los veneran) que arrastran sus días sumergidos en la penumbra y la niebla económica del paro laboral. Con modelos así, admirados y aplaudidos, paradójicamente, por personas de la calle, ciudadanos oprimidos por monstruos que idolatran, qué futuro podemos esperar de este país agusanado desde sus cimientos, desde su terca raíz carpetovetónica. En este año nuevo, que acabamos de iniciar, no estaría de más que algún cargo de relieve, algún alto gurú de la educación hispana, propusiera volver a insertar la asignatura de Ética pura en un nuevo plan de estudios, donde también se les diera su lugar a la Filosofía, el Latín y la Lengua: esa que me enseñó, cuando era un niño, a amar la emoción que guardan las palabras y a sentir la luz diamantina de los versos de San Juan de la Cruz o Machado en mis entrañas, llenando de amor puro y ético la sangre. Y es que, al final, la poesía, la empatía, la ética y la dignidad van de la mano. 

*Escritor