En esta columna estoy más a la literatura que al BOE, y sucede que desde que un tema me enfada hasta que me pongo a escribirla llevo una semana haciéndola de palabra, como un enajenado en un parque, y llegado el momento escribo otra cosa. Es tarde para opinar sobre el Real Decreto 984/2021, de 16 de noviembre -cosa triste, que dure cinco días la ira española, antes de tragarse cualquier sapo-, que regula la evaluación, promoción y titulación en Secundaria y Bachillerato. El que permite pasar la ESO y el Bachiller con suspensos excepcionalmente, para que lo ubiquen ustedes. A mí la norma, en ese punto, me parece bien.

La reacción inmediata, nihil novum, fue decir que iba contra el esfuerzo y la excelencia, o bien que lo importante es aprender y no la nota -más o menos-. Sí, de acuerdo, ¿pero el esfuerzo de quién? No creo que la norma introduzca nada nuevo. Imagino que en un día de evaluación, después de un año de trabajo y con las notas puestas, los profesores hacían esto sin que la norma dijera nada. Si un alumno con un par de suspensos, según el criterio docente, estaba para pasar, intuyo que pasaba con algún redondeo razonable, digamos de un cuatro y pico a un cinco. Se da una herramienta a los profesores, ahora, para no hacer visajes, y poder hacer lo mismo sin maquillar un suspenso.

A los alumnos cuya preocupación es entrar en medicina o cualquier otra carrera en la que se pida una nota alta, ya se lo digo yo, que a un señor de su clase le dejen pasar con un cuatro, o le pongan un cinco, les da exactamente igual. Su preocupación ahí es que la evaluación sea justa, con ellos y con la persona que les puede pisar su plaza. No es especialmente virtuoso porque la naturaleza no es virtuosa: es posible que la compañera que saca un diez le haya dado una vuelta de media horita a sus apuntes esa misma mañana, y que la que saca un cinco haya invertido un mes de clases particulares. Una nota es una presunción bastante frágil del esfuerzo.

Lo que desincentiva no es la nota alta. Es el esfuerzo concreto del chaval que trabaja como una bestia para tener un cinco y no un cuatro y medio, y ve que el del cuatro y medio llega al mismo sitio que él. Creo que una de las muchas cosas hermosas de un profesor, como en el poema de Taylor Mali, es hacer que un cinco sepa a gloria y un sobresaliente bajo parezca que te han cruzado la cara. Ese medio punto es, en sí mismo, el premio y el camino: a cuántos más dotados o con más suerte no se dejará en la cuneta por estar dispuesto a desangrarse por ese medio punto de honor. La cuestión es que la ley deja en manos del profesor decidir sin un cuatro es o no bastante. Hablamos de ese limbo en el que lo aparentemente objetivo no lo es tanto, y en el que el ojo clínico del profesor es determinante. Unas veces solucionará lo que no hacen gobiernos y legisladores. Otras, repartirá castigos y premios. Evaluar, en fin, con la espada en una mano y en la otra el corazón. En caso de duda, ya los suspenderá la vida.