Hay que reconocer que Papá Noel (Papá Noé, he oído a veces; que no nos vamos a desprender así como así de miles de años de Antiguo Testamento) le ha robado mucho protagonismo a los Reyes Magos. Ese viejo gordo y bonachón, con sus barbas blancas y su traje rojo, despierta simpatías, sobre todo cuando se sube al trineo cargado de regalos que, tirado por nueve renos -cada uno con su nombre propio- lo llevan por todas las casas en la Navidad. Cuenta con la ayuda de los elfos, eso sí. En la aldea global en que vivimos tomamos tanto exotismo con absoluta naturalidad, así que en los días previos a las vacaciones, cuando en los colegios celebran las fiestas, no es raro ver mezclados a los escolares vestidos de pastores con los vestidos de elfos. Perdón, también pastoras y elfas. Eso es multiculturalidad y lo demás es tontería.

Porque los Reyes Magos tampoco pueden quejarse de exotismo, que con sus camellos, sus pajes y sus carrozas rebosantes de riquezas, atraviesan el desierto todos los años. ¿Todo en una noche?-preguntaba yo cuando era chica-. No -me contestaban- ellos salen de Oriente varios meses antes. ¿Y nadie se los encuentra? -insistía-. No -me respondían un tanto impacientes- porque como son magos, se hacen invisibles cuando quieren. Y no preguntes tanto que los Reyes se van a enfadar por tanta curiosidad y no te van a traer nada. Ante semejante amenaza, me callaba, y la noche del 5 de enero, la más mágica del año, colocaba mis zapatos en un rincón del dormitorio, me metía rápidamente en la cama y me tapaba la cabeza con las sábanas. A pesar de tanta expectación, el sueño me vencía pronto, pero en algún momento de la madrugada una ráfaga de aire, un rumor como de capas, unos pasos, un cuchicheo... me despertaban y ya me daba igual que los Reyes me vieran y lo que pensaran de mi. El rincón de mis zapatos estaba lleno de juguetes y me volvía loca corriendo y gritando por los pasillos sin dejar dormir a nadie.

Actualmente no pido que me traigan nada; de eso se ocupan las personas que me quieren, que conocen mis gustos mejor que yo misma. Por el contrario, y en línea con las peticiones formuladas para el año que acabamos de estrenar, sí pido que se lleven muchas cosas, especialmente las relacionadas con la pandemia, de la que decíamos que nos iba a convertir en mejores personas y nos ha hecho peores, si cabe. Pero no hay que perder la esperanza.