Dentro de veinte días, el próximo 22 de enero, se cumplirá un año de la entrada en vigor del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPNA). Podría pensarse que desde entonces el mundo es más seguro. Tengo la impresión, como trataré de exponer, que ese pensamiento es irreal y que vivimos en un mundo que va cumpliendo a cada paso algunas de las etapas ya vividas en el primer tercio del pasado siglo. Me duele ser pesimista, pero a poco que uno esté informado no le queda más que pasear cada semana entre cipreses, como suelo hacer los domingos, para entender que la vida es nada y quizá fueron pocos los motivos para brindar la pasada nochevieja.

De todos los miembros de Naciones Unidas, participaron en su aprobación 120 países, lo firmaron 86 y lo han ratificado 50; cumplido este último requisito entró en vigor el día ya señalado. Sin embargo, no participaron en su negociación ninguno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EEUU, Francia, Gran Bretaña, China y Rusia). Tampoco lo hicieron el resto de los países que disponen oficial o extraoficialmente de armas atómicas (Pakistán, India, Corea del Norte e Israel). Todos los miembros de la OTAN, salvo Países Bajos, igualmente se abstuvieron de participar en su tramitación. España bajo el gobierno del PP se unió al rechazó y ahora tampoco con el gobierno de coalición del PSOE y Podemos lo ha firmado, aunque éstos públicamente manifestaron su voluntad de hacerlo. Según varios sondeos, casi el ochenta por ciento de la población de países como España, Italia, Bélgica, Holanda o Dinamarca está a favor de que sus Estados firmen ese tratado, aunque sus gobiernos no toman en cuenta esta opinión.

¿Qué dice el Tratado? Básicamente recoge el compromiso de sus firmantes a no desarrollar, comprar, utilizar y almacenar armas nucleares, ni a ejercer amenazas basadas en el uso de estas u otros dispositivos atómicos. Parece simple, lógico y razonable, pero lo cierto es que ninguno de los firmantes tiene acceso a este tipo de material bélico, y ya hemos visto que los que sí disponen de él no se han molestado ni en participar en la negociación ni por supuesto en firmarlo.

De 2020 a 2021 las cabezas nucleares se incrementaron, en datos oficiales, en un total de 105. Así que lejos de disminuir este arsenal, vemos como se incrementa. Rusia y Estados Unidos junto a China están desarrollando nuevas técnicas de lanzamiento submarino, terrestre y aéreo que dejan obsoleto el sistema de escudos antimisiles diseñado a partir de los años ochenta del pasado siglo. En todo caso, los datos proporcionados por los países no son fiables y alguno de ellos, como el Reino Unido, ya han expresado que no van a continuar dando información al respecto. Los llamados misiles hipersónicos tratan de reordenar el mapa de influencia geopolítica una vez que Estados Unidos pierde su hegemonía de las últimas décadas y el tablero internacional ve crecer con fuerza a China, en tanto que Rusia se niega a perder su papel de superpotencia. Ambos están desarrollando a marchas forzadas su arsenal de submarinos de propulsión nuclear para contrarrestar el dominio que todavía en este campo mantiene Estados Unidos. La velocidad y la movilidad sin abastecimiento de combustible de aquéllos, permite que las cabezas nucleares dispuestas en los mismos puedan sortear las barreras de protección elíptica del viejo escudo antimisiles.

Así que en este año que iniciamos -siento estropearles el domingo- la situación de peligro nuclear es tan patente como en la guerra fría y ahora los invitados principales a la mesa no son solo los protagonistas máximos de aquella; China se ha unido a ellos con una capacidad militar de crecimiento exponencial. Pero si esto es lo que podemos decir de la escalada nuclear, también la conocida máxima del Imperio romano: «si quieres la paz, prepárate para la guerra», acompaña a otros actores menores que incrementan extraordinariamente el PIB destinado a equipamiento militar de última generación y tampoco las potencias nucleares descuidan el incremento presupuestario en armas convencionales.

Biden, con la oposición del sector más progresista de los demócratas, ha firmado este pasado lunes la ley de gasto en defensa por un total de 768.200 millones de dólares. Sí, han leído bien. Un 5% más que el año anterior a pesar de haberse retirado de Afganistán. Se incluyen partidas como la de apoyo a la defensa de Taiwán y el aumento de la capacidad militar en el Océano Pacífico, donde la tensión con China va creciendo progresivamente. Junto a ello, se contemplan otras partidas como la seguridad de Ucrania o la presencia militar en el Báltico, con un mensaje evidente para Rusia. Este país se sitúa en torno a los 200 mil millones de dólares, teniendo en cuenta la equivalencia de su moneda y los precios de sus proveedores internos. China incrementará su gasto en más del 7% y se acerca progresivamente a los 300 mil millones de dólares. Japón ya no tiene la vieja limitación que su rendición a los Estados Unidos en 1946 le imponía, por lo que también está en la deriva armamentística con un gasto de casi 50 mil millones de dólares. Para que tengan en cuenta la magnitud de las cifras aportadas solo para el capítulo de defensa de estos países, pueden compararlas con el total de los presupuestos generales de España recientemente aprobados para todos los conceptos: 458.970 millones de euros (520 mil millones de dólares).

España incrementa su presupuesto en defensa casi en un 8% para el presente año, por un total de 10 mil millones de euros. En nuestro flanco sur, nuestra zona más inestable, nuestro vecino Marruecos da un salto de gigante y aumenta su presupuesto en un 13% y se sitúa en los 15.500 millones de euros. Argelia también lo incrementa en un 8% y se coloca con un presupuesto de casi 8.500 millones de euros. Estos datos sitúan a España en una difícil posición en cuanto a su estrategia de defensa en esta región, en tanto que Marruecos está adquiriendo material de última tecnología con capacidad ofensiva más que destacable. Por supuesto que, en un régimen democrático como el español con una sociedad plural, es complicado asumir unos gastos en defensa de la proporción que en el PIB de Marruecos ocupan los suyos. Además, desde mi posición no puedo admitir que la solución a las relaciones internacionales sea el incremento desaforado en defensa.

Visto lo visto, no podemos negar que nos encontramos ante una nueva sociedad internacional que se rearma y, sabiendo lo que sabemos, cada vez que se dieron estos pasos las cosas terminaron peor que mal. La industria de defensa parece coparlo todo, incluso en nuestra Córdoba aparece como la solución a nuestros problemas económicos endémicos. No soy un iluso y comprendo que la geopolítica no se hace desde un unilateralismo visionario de una paz utópica, pero desde luego tampoco la escalada armamentística global parece augurar un mundo mejor, ni tampoco acumulando armas se favorece un diálogo global del que la agenda universal parece tan necesitada. Mientras, los problemas reales nos acucian con una epidemia que no se va y también se «rearma», con un cambio climático que pone en peligro nuestras vidas, con una transición energética que descontrola precios por la avaricia de las empresas del sector y la inoperancia de los gobiernos, con unas democracias amenazadas por los populismos autoritarios de extrema derecha que auguran malos tiempos para los derechos ciudadanos, con unos políticos ensimismados en sus cálculos electorales y de escaso liderazgo. Entonces solo queda decir: «no mires arriba» (Netflix) y «vamos Juan» (HBO). Así no verás lo que te cae encima.