Navidad, esa palabra con tantas connotaciones, apegada a recuerdos, tristezas, alegrías, gestos de ternura, cientos de anécdotas... Otra Navidad y con ella un sinfín de lugares comunes que, año tras ño, inundan nuestras calles, mentes y corazones de cromos que llenarán el álbum de nuestras vidas.

Entrando en el mes de octubre y cada vez antes, vamos vislumbrando en lontananza otras navidades; para muchos un constructo altamente nocivo para nóminas y propósitos de ahorro, para otros algo especial que los une más a lo intangible.

Llegan otras navidades más, descargadas de contenido, exiliadas de la esfera de lo religioso y relegadas a lo mundano, a lo accidental, a lo carente de profundidad. Ya comienzan a hacer su aparición alcaldes que torturan durante tres meses a sus vecinos con villancicos, las inacabables comidas de empresa, las recomendaciones de la UE que pide a sus políticos que usen la expresión «felices fiestas» en lugar de «feliz Navidad», y una multitud de historias propias de estas fechas.

Unas navidades que, con el descenso de la natalidad ya asumido, pronto llenarán los escaparates de material de geriatría en lugar de juguetes... sin olvidar la pandemia que parece no querer abandonarnos.

Las series norteamericanas anuncian que llega el Día de Acción de Gracias y con él la fiesta pagana del Black Friday, pistoletazo de salida a las compras navideñas o compras a secas por el simple hecho de puntuar en el ranking de la acumulación desaforada. Es muy significativo que hemos vuelto a asociar una fiesta profana con otra religiosa como ya habíamos hecho con el binomio Halloween-Todos los Santos. Quizá no soportemos lo religioso-tradicional y queramos decorarlo con un pórtico más atractivo y, si puede ser foráneo, mejor.

Para los cristianos Adviento es sinónimo de esperanza, de saber aguardar; sin embargo, tenemos un ansia psicótica por quemar fiestas y fechas. Cómo vamos a saber esperar nada si padecemos un síndrome de pantalla constante que no nos autoriza a soportar la espera, a disfrutarla con ternura como aquel zorro de El principito. Los cuatro domingos de Adviento nos recuerdan la importancia de paladear ese tiempo de esperanza ante la llegada de algo (alguien) que te puede cambiar, algo que de verdad te llene. No saber esperar nos ha llevado a adelantar una serie de eventos consumistas que nos sirven de exordio para aquello que está por llegar y después no sabemos vivirlo con intensidad.

Quizá las navidades de hoy necesiten un unboxing,ese vídeo recurrente en redes sociales en el que alguien desenvuelve un paquete y nos explica cómo funciona el producto comprado; hacen falta unos nuevos ojos y un renovado tacto para desenvolver las navidades de tanto ropaje opaco y revestir de sentido común nuestras acciones. Tal vez nos haga falta más espera (y saber aceptarla y disfrutarla), menos envoltorios y una buena dosis de ternura, nada más.

** Profesor de Religión ESO. Colegio Trinitarios