De siempre hemos oído hablar de esa porción de votos imprevisibles que decantan definitivamente una victoria electoral y que se suele denominar «el voto indeciso», en el sentido de que dichos votantes son aquellos que no permanecen fieles a una opción política y que, por ello, despectivamente los afiliados tachan como gente sin criterio. Y así, los indecisos son calificados como frívolos, turbios, infieles, etc. Pero si analizamos la cuestión sin pasión, quizá sea esa porción de población la que muestra la cara del pueblo más valeroso, porque de las dudas nace la autenticidad de una sociedad. Porque si imaginamos una dictadura y su partido único, sus seguidores se parecen demasiado a los votantes no indecisos de una democracia, ya que apuestan para que su ideología no se mueva del poder. ¿O es que a los votantes fieles del PSOE no les hubiera encantado que este partido estuviera cuarenta años más en el gobierno andaluz? ¿O es que a los del PP no les encanta la idea de que la izquierda nunca gobierne en Galicia? Por tanto, ocurre que estos votantes no indecisos y su clara apuesta por el partido suyo sin una mínima de autocrítica, no son personas con plena conciencia democrática, ya que la esencia de la democracia es la modificación continua. En cambio, los llamados indecisos son inteligentes para votar a quien se lo merece dado su esfuerzo y no su ideología, alimentando así y haciendo crecer a la sociedad porque la llenan de cordura y nos ofrecen la idea real de que en democracia el ser humano es más libre que en cualquier otro sistema político. Además, el voto indeciso siempre ha sido decisivo no solo para hacer avanzar nuestra sociedad sino para que reine la coherencia en la política: cuando Suárez lideró el cambio de régimen fue votado masivamente para abanderar la adaptación de la Ley de Reforma Política como la persona ideal procedente del antiguo régimen para hacerlo, y cuando dicho cambio fue felizmente llevado a buen puerto, dejaron de votarlo. Así llegó Felipe, que afianzó la democracia con maestría. Pero cuando su Gobierno se llenó de corrupción, los indecisos lo desalojaron. Aznar, que tanto presumió de gestión económica, creyó que iba a salir a hombros de la Moncloa por dejar casi pleno empleo y encima tener la hombría (si fuera mujer diría mujería) de dejar la política. Pero la nefasta y gran mentira del 11M le hizo chocar de bruces con los indecisos que cambiaron el rumbo del voto y expulsaron a su partido del poder. En fin, que frente a lo que creen muchas y muchos, es el voto indeciso el que mantiene sana nuestra democracia y por tanto nuestro país. Así que esta Navidad voy a brindar por todas y todos, pero sobre todo ¡por nuestra España indecisa.

* Abogado