Disculpen si hace unos días en esta misma columna me puse ‘filosófico perdido’ citando a Marco Aurelio y hasta a Séneca (ahí es nada), para sentenciar que, de toda cosa, de todo conflicto, hay que ir a la esencia. Y es que la fórmula funciona. Incluso podría servir para explicar algo tan raro como el ‘espíritu navideño’, el que en estas fechas nos estemos deseando «Feliz Navidad» en una época en la que la mala leche en todo el mundo parece estar a punto de desbordarse. Lo de que la pandemia nos iba a hacer más humanos y mejores... francamente, en líneas generales hay que reconocer que no ha funcionado.

Muchas de las claves de estas fiestas ya las dio Francisco Mellado en su reciente pregón de Navidad, algo impresionante, que desgranó en la iglesia de La Merced del antiguo convento que acoge la sede de la Diputación. Los olores y recuerdos infantiles, el quitarle ese papel de periódico a las figuritas guardadas del belén para rehacer un año más el nacimiento, quizá el periodo de juego que se abre para los pequeños, el trajín emocionado en cocinas y en toda la casa en general con la familia... Y todo ello frente al consumismo y al regalo sin alma y ‘porque sí’ o al derroche por el derroche.

Aunque aún me queda por contestar la pregunta: ¿Cuál es la esencia de la Navidad? Y quizá me otra la clave me la dio el comentario de un vecino de Santa Marina, cuando recordaba que en las Navidades de antes, hace décadas, «nadie en el barrio se quedaba sin cenar ese día. Nos conocíamos todos y todos sabían cómo lo pasaban los demás. Esa noche, todos compartían una alegría. O le llevábamos algo, o los invitábamos... y lo poco que había era para todos». Quizá una visión un poco mitificada, pero correcta, de lo que es la Navidad porque creo que la esencia de estas fechas no es otra sino… las personas. Por eso los niños la disfrutan más, porque son los que menos han olvidado al que tienen al lado, aunque solo sea para ponerse a jugar inmediatamente. Quizá por eso a los adultos nos queda menos espíritu navideño desde el momento que hemos olvidado cómo mirar a los ojos a los familiares, a los vecinos, a los que están lejos...Los adultos ya no jugamos y, por tanto, ya no miramos a nadie igual para invitarlo a jugar.

Y puede que lo que pase es que estamos equivocados y confundimos los medios con el fin. Quizá todo lo dicho anteriormente, desde el olor al polvorón de canela hasta la iluminación navideña la manera de entender las fiestas desde la fe o la espiritualidad o desde el consumismo (porque es lo único que ya conoce mucha gente) son solo instrumentos, porque la Navidad con a fin de cuentas las personas.

Lo demás son símbolos e instrumentos. Por cierto, lo último que debería hacerse es usar esos instrumentos navideños para levantar barreras entre personas. Si atendemos a la esencia de la Navidad, a las personas, no hay mayor perversión que usar la imagen de un Niños Jesús o de un Santa Claus más como banderas de una lucha ideológica que de un auténtico espíritu navideño. Elijan el camino que gusten, pero no olviden que frente a este mundo de odio rápido y gratuito la Navidad no es otro campo de batalla sino el tiempo de pensar en las personas.

A menos que esté equivocado y la esencia de la Navidad no sean nuestros seres cercanos y todos los demás aunque estén alejados, sino otra cosa. En tal caso poco puede ayudar esta reflexión y que cada cual siga con su mala leche. Pero sería muy triste.

Feliz Navidad.