Hace semanas provocó gran revuelo la patética recomendación de cierta comisaria europea, que no solo los políticos españoles alcanzan ínfimo nivel, sugiriendo que se felicitaran las fiestas y no las navidades, pues en la vieja Europa de vieja raigambre cristiana eso estaría muy feo.

Sería para no ofender a las minorías o por fastidiarle que la mayoría de los europeos celebremos el nacimiento de Jesús como una tradicional llamada a la paz, el amor y la fraternidad, pero esta vez Francisco sí protestó y la ineficaz comisaria, cuyo sueldo supongo que pagamos con una parte de nuestros impuestos, se retractó o fue desautorizada.

Una cree que los políticos están para otra cosa, desde un concejal de Cáceres hasta la mayor representante de la Unión Europea (UE). Y esa otra cosa es procurar el bienestar de los ciudadanos, defender sus derechos, estar atentos para que cumplan sus deberes sin menoscabo de su libertad, exigir que respeten la ley y cumplirla, claro.

Todo eso ya es muchísimo y, si trabajaran lo que debieran sin desviarse de su camino, no les daría tiempo de meterse en la vida ajena con consejitos que nadie les ha pedido pues, abusando de su autoridad o de su papel preponderante, invaden el ámbito más privado de aquellos que les pagan y a los que deben, al menos, respeto.

Esta impertinente es una ciudadana libre y adulta. Si quiere consuelo para su espíritu, se refugiará en la religión si es creyente o en la psiquiatría sino lo es. En su casa y en la calle, mientras sea legal, celebra como le da la gana, se viste como quiere, come lo que le gusta, lee lo que se le antoja y aspira a pensar con juicio y a su entera discreción sin que le afecten campañas abusivas, manipulaciones constantes y estados de opinión impuestos.

Lo trágico es que esta invasión envolvente es constante, diaria, doméstica y total. Incluye desde la sustitución de ángeles por elfos a dictaminar qué juguetes deben gustarles a los niños. Y una, la verdad, ya se cansa de ser la constante vigía de Occidente para no sucumbir al martilleo perenne de esta abusiva propaganda de lo correcto. ¡Qué hartura!

 ** Profesora