Hace muchísimo tiempo, cuando el mundo era un lugar que giraba alrededor de mi ombligo, y mis únicas preocupaciones eran los exámenes, salir o no un sábado por la noche, o quizá algún problema menor de esos que entonces nos parecían mayúsculos, leí un artículo de Andrés Aberasturi sobre el sentido de la felicidad. Quizá no trataba de eso y yo lo recuerdo mal, pero sí tengo grabadas algunas frases que entonces no entendí. Más o menos venía a decir que ser feliz consistía en escuchar de madrugada el ruido de la puerta, después la cisterna del váter, y saber que tu hijo había vuelto sano y salvo. 

Entonces yo salía mucho y creía que el mundo iba a acabarse si me quedaba una noche de fin de semana en casa o que iba a perderme el concierto de mi vida, la conversación de mi vida, el amor de mi vida… todo así, en hipérbole, con la ignorancia y la presunción de quienes tienen mucho por delante. Cuando leí el artículo, me hizo mucha gracia la relación entre la cadena del váter y la felicidad, y, aunque me pareció exagerado, quizá puede que empezara a entender cómo era posible que mis padres se despertaran siempre que volvía a casa, o que no se durmieran a pesar de que regresábamos casi siempre juntos los hermanos. 

Luego, la misma vida que nunca te pierdes aunque no salgas un sábado coloca las cosas en su sitio y, sobre todo si tienes hijos, te enseña de golpe que tu ombligo está muy lejos de ser el centro de un mundo que ahora ocupan otras estrellas. Y algo tan prosaico como una cisterna en mitad de la madrugada es música celestial para quien aguarda medio dormido. Me he acordado de Aberasturi ahora que se cumple el aniversario de Laura Luelmo, la joven profesora que se marchó ilusionada a su primer destino. Me he acordado también de tantas madres, de tantos padres que aguardan ese sonido, y me quita el sueño Pablo, el joven de Zorita desaparecido en Badajoz. Ojalá regrese a casa sin un rasguño, ojalá su familia recuerde estos días como se recuerda una pesadilla con final feliz. 

Parece mentira que un artículo de hace tanto tiempo vuelva a golpearme, ahora que por fin lo comprendo. La felicidad es saber que los tuyos están bien, que han vuelto a casa, que la hidra de la desolación te ha concedido una noche más para seguir creyendo que si cerramos los ojos, el puro accidente de la vida no se acordará de nosotros y nos dejará a salvo.

*Escritora y profesora