Del último barómetro del CIS de octubre se desprenden dos datos tan contradictorios que llevan a inducir que o bien mentimos sobre nuestra realidad particular o tenemos una percepción del entorno distorsionada. El 67% de los españoles considera que la situación económica del país es mala o muy mala, pero si les preguntan por la suya personal, el 61% responde que su situación es buena o muy buena. Las dos cosas al mismo tiempo no son posibles, no sé si tenemos una tendencia a edulcorar nuestra realidad como cuando nos encuadramos en la clase media, aunque nuestra condición de mileurista se da de bruces con la misma, o el discurso del catastrofismo muy repetido por una parte del arco político ha terminado calando en todos nosotros.

Aunque los datos macroeconómicos sobre empleo y recaudación fiscal son buenos, otros como el crecimiento del PIB van a un ritmo más lento de lo previsto, pero eso no parece importar a casi tres cuartas partes del país que no se reconocen en una situación económica mala o muy mala. Una parte de nosotros ha normalizado que las relaciones de trabajo deben moverse en esta situación de incertidumbre, de precariedad y temporalidad porque los encuestados más jóvenes, recuerdo cerca del 40% en el paro, siguen contestando como todos los grupos de edad de la serie que están satisfechos con su condición económica. Hay un reparto homogéneo en las respuestas, sin diferencias por edad o género, cuando la situación de todos no es exactamente igual.

Me arriesgo a aventurar, sin datos, que seguimos manteniendo cierta vergüenza social que fue clamorosa en el inicio de la crisis de los desahucios en el año 2012, cuando una parte de la sociedad se encontró ante esta situación de vulnerabilidad al estallar la burbuja inmobiliaria que hizo ricos a unos pocos y llevó al desvalimiento a ciudadanos que solo esperaban alcanzar el sueño de las clases medias. La formación de plataformas como la PAH fueron imprescindibles para entender que esto les ocurría a otros y no solo a ti, no habías sido el único atrapado en el sistema. El creciente individualismo como referente social hace difícil diagnosticar una situación porque nadie quiere ser la víctima del sistema sino el hábil negociador al que la vida le sonríe. Si añadimos como condicionante el hilo musical de la España va mal, España se rompe, la España indignada industrial, interior, de servicios , en cualquiera de las versiones que los del todo mal intentan segmentar e incendiar encontraremos un cierto marco que nos explica por qué la vida nos va tan bien a nosotros pero estamos tan preocupados por las desgracias del vecino.

*Politóloga