Dios bendiga el morbo. El encuentro entre Francisco I y Yolanda Díaz quería desprender el aroma de las grandes reuniones. Si Leire Pajín hubiese fichado por esta nueva alternativa de la izquierda, esta conjunción planetaria se acercaría a las partidas que disputaron Fischer y Spassky en Reykjavik, allende el 72, por el cetro mundial del ajedrez. Otros esperábamos el movimiento de fichas en los colores. Porque en esta torna vuelta al Grupo musical ‘Parchís’, el rojo está reservado para Isabel Ayuso, un encarnado chulapo de la Comunidad madrileña ahora que esta patente cromática comunista estaba un poco arrinconada. Y desde este mundo al revés, con el verde se presenta Vox para descuadrar a los ecologistas.

¿Dónde está Yolanda? Tan dada que está la vicepresidenta a usar camisas blancas de la esperanza, aguardábamos a que se presentase ante el Obispo de Roma con mantilla y traje beige, para disimular ese privilegio de las reinas de España. Lo que estaría clarísimo es que no podía vestir de morado, porque la púrpura, por los siglos de los siglos y mal que le pese a los sucesores de Pablo Iglesias- es cosa de la curia.

Francisco I no ha venido a España, ni parece que vendrá, como tampoco Jack Lemmon estuvo nunca en el Festival de San Sebastián. Bergoglio está redefiniendo otras evocaciones de la Madre patria no exentas de aristas: pasa siempre de puntillas ante la cuestión catalana y pide perdón por los desmanes de la conquista-descubrimiento-colonización (táchese la que menos le moleste) de América sin tener muy en cuenta esa hermenéutica a la que apela para contextualizar los históricos pecados de la carne. Quizá también esté escamado porque los gastos de la última visita de su antecesor son una pieza separada de esta cantinela de corrupción, focalizada en el recorrido del papamóvil por Valencia.

No hace falta. Es la izquierda la que viene a mí. Después de que Benedicto XVI recuperase el camauro y los mocasines rojos, Francisco luce gastados zapatones y, en su caso, no son los niños, sino los progres, lo que se acercan a él. Este Vaticano puede distorsionar a muchos cristianos viejos, de comunión y misa diaria, por acercarse a sectores indómitos con la religión. Este Papa parece rehabilitar las disputas entre franciscanos y dominicos, ensalzando la incómoda legitimidad de la pobreza, pese a que los críticos con este pontificado apunten que la pobreza de estos visitadores solo sea la de espíritu.

En el intercambio de regalos -poemas de Rosalía de Castro aparte- ha debido flotar una frase común: Mi reino no es de este mundo, ya sea porque la Iglesia apunta hacia los cielos, y la Ministra en un triunfo republicano como ideario de su programa de Gobierno. Pero, aparte del mensaje verde, es esa transversalidad maleable la que acerca a Bergoglio y Díaz a una causa común. Con un Papa argentino en la silla de Pedro es difícil escorar el peronismo, y Yolanda Díaz tiene porte de Evita. Cuando presida esta España nuestra, cualquier día se asomará a la plaza de Oriente a prometer ternascos de la Pampa a tanta ciudadanía afecta de hambre y sed -la sequía está a la vuelta de la esquina- y no solo de salvación. Evita se vuelve Yolandita por la vía cubana, gracias a Pablo Milanés y a una canción que bautizó a muchas niñas contestatarias que vinieron al mundo en el tardofranquismo. Descartada la peineta de la visita papal, los asesores de campaña de la Ministra de Trabajo, posiblemente recurrirán a la estrofa de Milanés: Yolanda, eternamente Yolanda. ¿Y si le añadimos un amén?

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor