Cuando ese desclasado, aquel fugitivo de la Ley Laboraticia, esa anciana enferma convertida en estorbo, mueran, diréis: «oh, qué maravillosa persona, qué artista, qué madre, qué lamentable pérdida», y se os llenará la boca de piropos fáciles, de innecesarios encomios y falsa, velocísima nostalgia por lo que fue: un minuto, como mucho, en tanto continuáis ofreciendo datos y estimaciones sobre el tema estrella de la semana. Y cuando esa anciana a la que abandonáis en vida parta hacia el otro mundo, acudiréis al tanatorio a pasar lista y poner de manifiesto vuestra «sincera amistad de muchos años» con esa víctima de la soledad. Velatorio, misa, y punto. Y así, cargado vuestro «yo social» de excusas propias, de estafas al espíritu, de una empatía de chiste, así, con toda la basura fresca en el inconsciente, saldréis a la calle a tomar cañas como si tal cosa, tranquilas por haber «cumplido» con el obligado rito social post mortem. ¡Oh, cómo me gustaría convocar a los espíritus de todos esos ancianos caídos en residencias, aquellos a los que nadie visitó a tiempo! Reunir en comitiva y meter en vuestros sueños a todas las almas de esos parias sociales y laborales, de esos autónomos suicidas por los que nadie guarda un minuto de silencio en escalinatas o estadios, y esas víctimas de atropello mortal, todos los que palmaron entre rejas, en la calle, la ambulancia, todos los fallecidos por cáncer, infarto, aquellos que nadie mencionó en las estadísticas, ya muertos y antes, cuando luchaban aún vivos, con una delgada brizna de esperanza en un bolsillo roto. Esperanza... («Caridad, Esperanza y Fe». Tres virtudes eclipsadas por las «Tecnologales»: Caducidad, Desconfianza e Interés. «Si no te hace bien, no te interesa», rezan los eslóganes «evolutivos»).

Nadie los escuchó. A nadie interesaban, como tampoco merecen atención los que aún siguen respirando. A todos ellos quiero mandar un caritativo abrazo lleno de esperanza y fe: a todos los viejos y todas las viejas abandonadas, todos los parias, apestados, desclasados, arrinconados, autónomos con el agua al cuello, convictos por delitos sin víctima, enfermos mentales desatendidos, desahuciados, víctimas de atropellos, malas prácticas, malas políticas, malas ideas. ¡Suicidas, todavía no! Seguid ahí un poco más, dejaos ver en la medida de lo posible, gritad: ¡Aquí estoy yo, jodida y sola! Meted ruido y romped la fiesta, que os escuchen bien todos esos cagaos convencionales que a la hora de la verdad se cambian de acera para no cruzarse con el «riesgo»: el miedo los consume, la ignorancia los somete.

Hubo un momento, en este Año de la Injusticia 2021, en que allá donde mirase únicamente veía psicópatas, cobardes y víctimas. Ahora veo mucho mentiroso que, con el tiempo, va encajando en su lugar. Y su estafa brillará públicamente en 2022, si abrís bien los ojos.

*Escritor