Córdoba está de buen año, al menos en materia de aniversarios, de los que se acaba de recoger una buena cosecha: el brillante colofón de los actos del 80 cumpleaños de este periódico, mi casa durante cuatro décadas, al que le deseo lo mejor de lo mejor en su presente y un muy largo futuro; los 300 años de la fuente de la Piedra Escrita, aquella donde abrevaban las mulas de los piconeros de San Agustín, componiendo una imagen de postal que nutre, una más, la memoria sentimental de Córdoba. Y el primer medio siglo de vida de Promi, la asociación que desde Cabra supuso una revolución social, educativa y laboral en la integración del discapacitado mental, copiada en toda Europa; una entidad que se mantiene fiel a los principios de normalización que le insufló su creador, el cardiólogo Juan Pérez Marín, al que los egabrenses acaban de dedicar una calle.

He escrito discapacitado mental y quizá haya metido la pata, aun habiéndomelo pensado un rato. Las palabras, aplicadas a según qué conceptos y situaciones, levantan en estos momentos de hipersensibilidad léxica sarpullidos que no hay pomada que calme. Cuando Pérez Marín puso en marcha a principios de los setenta aquella iniciativa audaz y ambiciosa lo hizo buscando justicia social, harto de ver en algunas de las cortijadas que visitaba como médico a seres humanos encerrados en pocilgas o atados a la cama para que no se dejaran ver y avergonzaran a la familia. En aquella sociedad menesterosa y dominada por los prejuicios -reflejo de la de todo el país-, lo de menos, con ser cruel, era que se llamara tontos a esos santos inocentes; o locos a los que vegetaban recluidos en manicomios –que él y otras voces disonantes lograron vaciar en toda Andalucía en los ochenta- sin tener ni un gramo de locura. Lo urgente era devolverles la dignidad y facilitarles una vida lo más normal posible, parecida a la de la gente corriente -incluida la prensa- que, sin ánimo de insulto, los llamaba subnormales o disminuidos antes de que los adjetivos hirieran. Así nació la Asociación para la Promoción del Minusválido, vocablo ahora maldito que, por ley, habría que sustituir por «persona con discapacidad intelectual» si no fuera porque queda discretamente diluido en la sigla de lo que hoy es Fundación Promi, y porque meter tal parrafada en un titular, por muy bienintencionado que sea, es misión imposible.

Aquel cardiólogo serio, casi hosco, siempre pensó que lo que mueve el mundo es el afecto, tan cercano al corazón. Y desplegando fuerza y perspicacia emprendió la tarea a golpes de imaginación y música. Aparte de acudir a las instituciones, y sobre todo al ministro egabrense José Solís, la sonrisa del régimen, que leal a su pueblo lo apoyó en esto y en la posterior creación del Hospital Infanta Margarita, Pérez Marín convenció a cantantes de moda para que dieran conciertos benéficos. Respondieron el grupo Jarcha con su ‘Libertad sin ira’, todo un himno generacional; Sabina, Ana Belén y sobre todo Víctor Manuel, quien con su canción ‘Solo pienso en ti’, inspirada en dos enamorados de Promi, quedó eternamente unido a un proyecto que pronto creció como la espuma. Tanto que en 1981 la propia Reina Sofía quiso conocer en persona una iniciativa que llegó a emplear a más de 3.000 trabajadores con diversidad funcional. Hasta que con el estreno de milenio la envidia y malas inversiones –entre ellas la fabricación del minicoche adaptado Buomo en Espiel- hicieron tambalearse una empresa necesaria que, resurgida, sigue dando buenos frutos a través de 16 centros en la provincia, incluida la capital. Aunque Juan Pérez Marín, perdido en la desmemoria, ya no se alegre ni sufra a su cuidado.