Pensar (o decir) ¡Fiat lux ! y que cerca de novecientos mil puntos brillantes aparezcan de repente sobrevolando las calles debe ser lo más parecido a sentirse Dios que pueda experimentar un político. Ómicron debe estar perpleja ante el luminoso panorama de viajes, aglomeraciones, celebraciones, compras y afán «socializante» que ha desatado el último puente. No parece que sus mutaciones hayan impresionado mucho al personal. O a lo mejor no son todo lo eficaces que buscaba. O quizá en ese particular juego de la oca que nos traemos durante los últimos meses, yendo de puente a puente conforme nos lleva la corriente, los dados aún no nos hayan sumido en el pozo o en la cárcel (y esperemos que nunca nos retrotraigan a la salida). En todo caso, y mientras sigue la partida, el ambiente callejero propicia evocar los felices veinte del pasado siglo y su ‘joie de vivre’ después de la tragedia que supuso la I Guerra Mundial. No deja de ser ilustrativo que buena parte de quienes no querían vacunarse «por principios» lo estén haciendo para poder irse de vacaciones o a disfrutar del ocio nocturno.

¿ Y ómicron? Veremos. Porque no hay enemigo pequeño y ómicron es una o pequeñita, una o corta, una o micro. Es, en definitiva, nuestra actual o. En estos días en que las enésimas reformas educativas vuelven a tratar de armonizar los contenidos de Ciencias y Letras no viene mal recordar que si hay un sitio donde ambas mantienen una solida unión hipostática (entre sí y por supuesto con la divinidad) es en el alfabeto griego. De la alfa a la omega sus caracteres continúan enriqueciéndose de significados relacionados con las más diversas manifestaciones del genio humano, desde lo excelso a lo terrible y desde el Principio hasta el Fin. Y evidenciando la necesidad de que ambos campos del saber caminen juntos, de modo acorde, para que la Humanidad siga siendo humana. Porque en ese latido y en esa armonía radica la belleza de sus mejores construcciones conceptuales.

Prácticamente no hay una sola letra de ese alfabeto que no tenga alguna acepción física o matemática. En algunas la lista es desbordante, pero hay otras un tanto apagadas, salvo cuando saltan a las estrellas. Y ómicron es una de ellas. Excepto para referirse a una función asintótica, pocas veces se ha utilizado extragramaticalmente. En Matemáticas ser cerrada y redondita es un problema dada la facilidad de ser confundida con un cero. De hecho, y para evitar errores no deseados, en determinados contextos el cero se cruza con una barra diagonal indicando su condición de tal, mientras que, en su día, a la o, cuando iba entre números, se la singularizaba acentuándola. Ahora ella y el cero se tratan tipográficamente de modo distinto (pero claro también escribimos a mano...).

Encima ómicron tiene como pariente a omega, la grande, la abierta, la mega. De hecho la mayúscula de esta última (la de los relojes) está literalmente abierta por su parte inferior. Además es más cinematográfica, más novelera, más filosófica, muchísimo más matemática, practica la ciencia ficción y hasta se pasea por la publicidad alimentaria. Sin embargo la que ha logrado llegar a nuestro actual alfabeto es la pequeña redonda. Así que ojo al parche y un respeto. Pequeña pero persistente (esperemos que no matona) hasta introducirse en el propio nombre de su competidora. Cuando escribimos la palabra omega lo hacemos con o... de ómicron. Por cierto que los internautas ya han dado con una película italiana de 1963 donde la letra da título a una parodia sobre capitalismo y socialismo tras apoderarse un extraterrestre del cuerpo de un trabajador.

Para mas anécdota resulta que la OMS se ha saltado a nu y a xi. La primera porque en inglés suena como new. Y, claro, que se pueda entender como nueva una nueva variante no es nada nuevo. En cuanto a xi parece que es un apellido común en China y mejor no andar con bromas (sobre todo si el líder chino se llama Xi Jinping). A la próxima mutación le corresponderá la reina del alfabeto: pi. No solo tiene vocación de infinitud en sus decimales sino que también viaja hacia el infinito a bordo de una Voyager. Y sin duda es la única que fusiona ciencia y letra(s) hasta el punto de que muchos la identificarán antes con un número que como tal letra. Ni los buscadores de la piedra filosofal lograrían tal transmutación.

Confiemos en que esa futura variante no se afane en emular con mutaciones perversas su cola de decimales. Los que conozcan el museo de la Ciencia de Valladolid sabrán que, tras subir por sus paredes, estos escapan por el techo hacia el tejado. Y también en que, a pesar de su irracionalidad, pi es una letra/número más que razonable en cuantas formulaciones interviene, que son muchas e importantes. Mientras tanto cabe mirar al cielo donde miles de ómicron (el brillo de las estrellas se expresa también con letras griegas) nos recuerdan, via Shakespeare, que somos nosotros y no ellas los culpables de cuanto nos suceda.

* Periodista