Sé que la Constitución es imperfecta, como todo lo es. Especialmente, si le pones la lupa en el detalle. Pero es que la Constitución tenía la obligación forzosa de aspirar a una insatisfacción mayoritaria. Porque si era perfecta para unos, iba a ser lo opuesto para otros, y en ese espacio intermedio podríamos vivir. Y más vale esa sensación extendida de una relativa aspiración en marcha, contando con anhelos que han quedado atrás, que un bloque de piedra articulado sólo para un lado de nuestra convivencia. Todo eso hay que ponerlo en el contexto de la Transición, que tampoco fue, ni mucho menos, perfecta. Pero sí fue impecable, dadas las circunstancias, como me dijo en su día Jaime Sartorius. Porque la perfección es una idea desprendida de la situación y lo impecable se puede conseguir ofreciendo la mejor gestión de un contexto, aunque estés hundido en el barro hasta las rodillas. La Transición fue hundirse en el barro hasta las rodillas para poder encontrar una salida común para este vivir juntos. No la que era mejor para mí ni la que era mejor para ti, ni siquiera la que era mejor para quienes tuvieron que sentarse entre sus razones y lanzarlas sobre el aire ahumado en la conversación, sino para que pudiéramos empezar a funcionar. Lo que habíamos dejado atrás eran cuarenta años de dictadura franquista. Lo que se vislumbraba, el horizonte de una convivencia con el respeto al frente entre contrarios. Porque, por mucho que se quiera resucitar interesadamente ahora, por unos y por otros, cada uno en su estrategia y su interés, la dictadura entonces sí que estaba cerca: tanto como los sótanos de la DGS, las cargas de los grises y los presos políticos que de verdad eran presos políticos. Así que lo que se hizo entonces necesariamente tenía que resultar imperfecto para muchos, buscando la perfección de vivir, que es lo que hemos hecho estos 43 años siguientes, mejor o peor, con todas nuestras sombras adheridas, desde el terrorismo etarra o el nacionalismo hasta la corrupción, con nuestro desgaste inevitable.

Ahora, la Constitución es un puente y si la defiendes demasiado en serio la sospecha de facha nadie te lo quita de la percha, pero estamos así. Es decir: una gente se partió la cara, especialmente desde la izquierda, durante la Transición, entre otras cosas, para que ahora mismo podamos tener una Constitución que si la tratas de justificar te garantiza un señalamiento como conservador ultramontano. Por eso he empezado esta reflexión constitucionalista partiendo de la base de sus varios errores, que los tiene: pero también son plurales, y esto es un valor. Porque si los errores existieran solamente para una parte de la paliza ideológica, entonces estaríamos ante una ley suprema que solamente responde a una naturaleza. Nos puede parecer mejor o peor la defensa del estado de las autonomías o que se trate de una monarquía parlamentaria, por poner dos ejemplos. Pero lo cierto es que el texto, como articulación de toda nuestra realidad jurídica, sí nos ha permitido convivir. Y no conviene olvidar que estamos en la patria de Caín y el garrotazo es nuestra forma natural de existir, como simbolizara tan bien Goya, y que necesitamos muy poco para prender la mecha del enfrentamiento a porrazos hasta devastarnos, con lo que estos 43 años vividos, en los que hemos sabido crecer y equivocarnos, también tienen su mérito.

Me pregunto qué pasaría si la gente de ahora, y me refiero a los rostros y nombres que ocupan nuestra vida pública, de todos los partidos, tuvieran que acordar un manual de nuestra convivencia. Sería un despelote. Es probable que acabáramos en república, sí, para el solaz de muchos activistas: pero bananera, lo que no es deseable. Ya sé que todo está mal y que ver las noticias y escribir sobre ellas tiene un punto importante de erosión, pero hemos estado también mucho peor y conviene apuntarlo. Venimos de un pasado de opresión, antes de una posguerra y antes, todavía, de aquel enfrentamiento que nos arrasó.

¿Queda todo tan lejos? Sí, pero está cerca. Y creo que las cosas se hicieron de la mejor manera que se pudieron hacer, en contra del ataque de los adanistas que airean altivamente tanta valentía retrospectiva. Los políticos de entonces entendieron que había que avanzar y mirar adelante. ¿Derechos para los familiares de las víctimas? Todos, está claro. Pero también a las del terrorismo, que nos coge más cerca. ¿Memoria? Sí. Pero ancha y justa. Vamos a seguir. Aunque tenga carencias a ambos lados, feliz Constitución.