Pongo en marcha la moviola de mis recuerdos y me veo en la estación madrileña de Atocha el mes de octubre de 1952. Una larga fila de mozos con gorra y blusones azules esperaban la bajada de viajeros del Express de Andalucía con sus maletas. Era la primera vez que pisaba suelo madrileño. Ya desde un taxi me sorprendió la anchura y longitud de la Gran Vía. Pero no olvido el sonido de los timbres, a manera de semáforos, que anunciaban de manera ruidosa permiso para cruzar por el paso de peatones. Aquel Madrid que aún no se había repuesto totalmente de la Guerra Civil era más pueblerino que capitalino. Los limpiabotas esperaban a los clientes en las aceras, no lejos de vendedoras de tabaco que anunciaban su mercancía con una frase que no olvido: «Lo tengo rubio». Días más tarde tras pasarme por el caserón de la calle San Bernardo donde estaba la vieja Facultad de Derecho, di una vuelta por la Puerta del Sol. Una multitud variopinta asediada por tranvías, autobuses y taxis negros, pisoteaban el kilómetro cero de la red de carreteras de España. Qué gran diferencia del Madrid de entonces al de hoy. Estuve días pasados en la Plaza de España recién inaugurada tras años de obras y pensé en lo bien que ha quedado. Árboles, y caminos para pasear, simbolizan lo que es hoy día Madrid: mucho más que la capital de España. Todos los autobuses totalmente gratis el pasado fin de semana. Manera de evitar el coche privado durante el «viernes negro» al ir de compras. Y qué decir del metro de hoy tan limpio y diferente al de 1952. Era ruidoso, mal iluminado y con las ratas «viajando» por las vías...

*Periodista