Piensan algunos que los años son una cosa relativa, y que cumplirlos no tiene que coincidir necesariamente con sentir su peso encima. Teorías hay para todos los gustos, pero uno de los estudios más recientes concluye que la brecha entre la edad percibida por cada cual y la cronológica es mayor conforme avanza el calendario; o sea, que a medida que envejecemos nos vamos quitando mentalmente años –los españoles, según parece, se ven a sí mismos con 4,5 menos de los que tienen-, practicando un inocente autoengaño que no perjudica a nadie sino todo lo contrario: acaba siendo un deporte estimulante, sobre todo para los que basan su fuente de ingresos en el fitness y los retoques estéticos. En cualquier caso, se gana en entusiasmo y ansias de vivir, aunque a decir verdad los analistas no acaban de tener claro si el descontarse cumpleaños activa la salud o es precisamente el hecho de conservarla lo que anima a ver la vida de color de rosa en el tiempo de descuento. Otras investigaciones consideran, en cambio, que defender esas ganas de sacudirse canas y arrugas no es sino huir ingenuamente de la decadencia, sin admitir que hacerse mayor también tiene ventajas que hay que aprovechar.

Que se lo pregunten si no a la psicóloga y escritora feminista Anna Freixas, que desde Córdoba ha tejido con sus reflexiones tan inteligentes como divertidas –en ocasiones hasta la carcajada- un ensayo, ‘Yo, vieja’, que va camino de convertirse en un superventas nacional. A modo de «apuntes de supervivencia», la profesora jubilada traza un recorrido por los derechos humanos en la vejez y, concretamente, por los de las mujeres, resumidos en tres principios que a Anna Freixas le parecen fundamentales en la edad mayor: la libertad, la justicia y la dignidad. Todo un canto a la ancianidad -palabra que ella detesta por cursi e hipócritamente edulcorada-, a la veteranía sin complejos ni cortapisas; y una llamada a disfrutar el último tramo de la existencia sin consentir estereotipos ni discriminaciones. Leer ‘Yo vieja’, tengas la edad que tengas, es una lección de futuro. Pura alegría.

Y es que la vejez, lejos de ser el estado en que todo se acaba, puede resultar muy productiva. Vean el ejemplo cercano de la pintora Rita Rutkowski, que a sus 89 años sigue enfrentándose al lienzo, aunque no con la frecuencia que desearía, y soportando el dulce tira y afloja de los laureles tardíos. Mañana inaugura en la Fundación Gala una exposición retrospectiva llena de curiosidades añadidas a la calidad indiscutible de una creación rica en guiños intelectuales y socialmente comprometida, como su autora. Entre la veintena de cuadros de la artista neoyorkina afincada desde hace setenta años en Córdoba podrá verse uno inédito, una figura de mujer desnuda en alegoría contra el maltrato; y otra tela inspirada en Kafka que solo expuso una vez allá por los años sesenta, recién llegada a esta ciudad por la que sintió amor a primera vista, no siempre correspondido. Todo ello en diálogo coherente con el espectador, al que habla en semiabstracción de las relaciones humanas y la estética que nos rodea. A la vez, esta mujer vital, íntegra y modernísima trabaja en otra muestra con obra nueva que coincidirá en marzo con su 90 aniversario, mientras se somete a fatigosas sesiones para un documental a ella dedicado. Es admirable que le esté sucediendo todo esto y que viva para verlo. Piensen en Etel Adnan, la artista franco-libanesa cuya obra, hasta ahora inédita en España y solo reconocida cuando ella ya tenía 87 años, puede contemplarse a la vez en nuestro C3-A y en el Guggenheim de Nueva York. Etel ha cosechado por fin un éxito redondo justo cuando le llegaba la muerte a los 96 años. Larga vida para Rita.