Con esa minusvalía camina, dando palos de ciego, la Administración educativa. Resulta admirable, y en eso todos estamos de acuerdo, que la Educación avance y sea motor de una sociedad de progreso y desarrollo. El problema se encuentra en definir en qué términos se realiza, y como se desarrolla una enseñanza eficiente y satisfactoria. Viene el preámbulo al caso de varias prácticas (malas) que vienen definiendo y aplicando las autoridades (de todo signo y condición), contraviniendo la realidad con la teoría, la administración con la docencia, y el sentido común con la irracionalidad. Hablo de una realidad educativa que en todos los niveles sufre en desmesura por no entender (quienes nos dirigen) ni la realidad ni el fondo mismo de lo que es y tiene que ser la Educación. Bien sabemos todos que enseñar es algo complejo, que precisa de buenas definiciones programáticas y praxis de enseñanza aprendizaje; bien sabemos que deben primar buenas prácticas didácticas y pedagógicas; bien conocemos los principios democráticos y proyección completa de valores (justicia, equidad, etc.). En esto estamos todos. Sin embargo, algunos no saben que no conviene equivocar las verdades citadas con el absurdo. La enseñanza programática y la práctica tecnologizada en exceso tienen un límite. A eso nos referimos esencialmente. Las administraciones educativas se empeñan en desarrollar una formación y educación completamente rigorista en elementos programáticos. El personal docente sabe muy bien a lo que me refiero. Porque se ha abandonado realmente el interés por educar sustituyéndolo por cuestiones formales; porque a los que nos dirigen le interesa más el escaparate que lo auténticamente importante. Nos han convertido en burócratas y leguleyos para definir profesos de enseñanza-aprendizaje impracticables. Irrisorias resultan las abultadas programaciones (que se exigen) de elementos curriculares que son impracticables: contenidos, objetivos, criterios de evaluación, estándares, indicadores, rúbricas... Estos gerifaltes de cuello blanco no se han enterado (aunque lo deciden ellos) de que tenemos ratios por encima de veinte y treinta alumnos por aula, con proporciones de más de cien y ciento cincuenta discentes por profesor o profesora. No se han enterado de que faltan recursos materiales y humanos (centros, aulas, docentes...) para poner en práctica esa bonita teoría (aulas mayestáticas..., horarios rígidos). Alegremente se postulan estrategias didácticas de carácter innovador (alumnos activos, investigadores...), trabajo colaborativo, etc., sin percatarse de los recursos tan limitados que tenemos. Aquí no existen aulas abiertas, ni flexibilidad «interaula» ni «interdocentes», etc. Nadie duda, repito, de que enseñar precisa definir bien procesos pedagógicos, pero la praxis burocrática no puede comportar el noventa (ni el setenta ni el treinta) por ciento del tiempo de un docente. De otra parte, la tecnologización que se promueve es absorbente, y creo que está mal enfocada. Claro que es fundamental que la enseñanza incorpore medios y recursos digitales de nuestra era (eso nadie lo duda); pero no se trata en absoluto de volcar todo el aparato de enseñanza aprendizaje hacia esa perspectiva. Obviamente, si vivimos en una sociedad cada día más digitalizada, de forma normalizada se introducen instrumentos innovadores. Estamos perdiendo socialmente, a pasos agigantados, el marco de la comunicación (de hablar, conversar, mirarse, reir...), creyendo que la tecnología (aparatos) lo es todo. Hemos equivocado el medio con el fin. La vida no es, ni debe ser, el mundo de las máquinas. El ser humano es mucho más: y las actitudes y comportamientos, los valores no las da la tecnología. Un ordenador nunca podrá reír ni sentir; nunca será creativo (más allá de lo que lo son los que lo han diseñado), ni triste o amable (aunque Alexa lo parezca). Es necesario, e inminente, humanizar la educación y la sociedad. De poco sirve contar con buenísimos docentes (de alto nivel), que lo son, cuando la Administración está ciega y camina por la senda de la irracionalidad. Desgraciadamente los docentes entramos en la espiral del servilismo administrativo sin tener un ápice de resistencia; sin mostrar una mota de discrepancia; sin oposición a unas directrices absurdas de perder el tiempo y no dedicarse a lo que verdaderamente interesa. La Educación es un asunto muy serio.

 ** Doctor por la Universidad de Salamanca