Contaron que la joven madre había medido la habitación para colocar la cama de su hijo, que había comprado una colcha y había lavado las cortinas, que estaba contenta y confiada y que llevó al niño al colegio por la mañana.

Decían, que días atrás se la vio con mala cara, llorosa, que les contó a sus amigas que su marido se había enfadado. No era la primera vez. Ellas sabían de su vida bajo presión, de las continuas amenazas, los insultos y los golpes, pero Carmen no quería denunciarlo, decía que enseguida se le pasaba, y luego la vida trascurría normalmente.

En su pueblo se conocían todos y la vergüenza podía más que el miedo. Pensaba que no la iban a creer, y que tras la denuncia su vida será aun más difícil, no podía contar al guardia civil del puesto sus intimidades, era el marido de su amiga y se veían los cuatro en el bar de la plaza los domingos y entre risas y cañas y algún chiste de los que no hacen ninguna gracia, ella permanecía bastante callada y así la vida trascurría: maquillando los moratones, sonriendo en la calle, evitando molestar, es la vida bajo presión.

Contaron los testigos que ese día lo vieron salir temprano a trabajar y que ella salió con el niño más tarde, sobre a las ocho y media, que la vieron ir ligera por la calle y que se despidió de su hijo en la puerta del colegio con un beso en la frente.

A diez kilómetros del domicilio familiar, Antonio cogía su coche y salía del trabajo, eran las nueve y media. Tenía la mirada fija.

Al otro lado de la calle del domicilio familiar, una vecina está mirando por la ventana, ve llegar a Carmen a su casa, abrir la puerta, soltar el bolso y sentarse en la silla de la cocina con un café.

Distingue también en la habitación de al lado a Antonio. Lleva en la mano un cuchillo.

Explicó la testigo que él se acercó por detrás, que ella no parecía darse cuenta, que le clavó el cuchillo en la espalda, que ella no reaccionó, que no se defendió, que no se lo esperaba...

Los forenses dijeron que la hoja le atravesó el pulmón, partió el corazón y murió al instante, que no había heridas propias de una defensa pasiva, que ella no tuvo opciones, la agresión fue mortal de necesidad: el arma empleada, el ataque por la espalda, cobarde, traicionero, sorpresivo, en el contexto cotidiano, en el domicilio familiar, donde trascurre la vida, el día a día, donde Carmen no esperaba ser atacada por su marido anularon sus posibilidades de sobrevivir. Hacía días que no había pasado nada, ni una discusión, ni un cruce de palabras, todo trascurría con normalidad, como tantas otras veces, pero en Antonio anidaba una idea fija que se había instalado en su cabeza, y mientras ella medía la habitación, él buscaba la oportunidad y el arma.

Dijeron en el juicio que ella era alegre y confiada y que escribía un diario. Todos pudieron leer sus palabras, sus pensamientos, era como una profanación, a algún miembro del jurado se le cayó una lágrima cuando una frase retumbó en la Sala de la Audiencia: «Hoy empiezo una nueva vida, he decidido decirle a Antonio que me quiero separar».

La Guardia civil ratificó su atestado, cuando llegaron al domicilio ella estaba muerta, él había llamado y dijo que la había matado, estaba allí de pie, esperando. La casa estaba recogida y limpia. En la habitación del niño las cortinas estaban dobladas, encima de una mesa, sin colocar.

Acabaron las alegaciones de las partes y la Sala quedó vacía. Resonaban entre sus paredes las últimas palabras: la condena, la indemnización, el asesinato.

En España las víctimas mortales a causa de la violencia de género en lo que va de año hasta octubre de 2021 ascienden a 36, según el último balance del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad, de ellas un total de 28 no había presentado denuncia.

Los juzgados españoles recibieron un total de 40.491 denuncias por violencia de género en el primer trimestre de 2021, según los últimos datos aportados por el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).