En esta vida todos no somos iguales. Tampoco en posibilidades, que sería el mandato constitucional: derechos y obligaciones a todos por igual. No somos iguales; pero es que la igualdad total, entendida como una tabla rasa de los retos, es una pobreza del espíritu y la condena a muerte para cualquier comunidad. Todos somos hijos de una mezcla entre talentos y debilidades, y es hermoso aceptarlo y también exigirse: porque entre esos dos polos, entre las capacidades que uno trae de fábrica y también las carencias, hay otras fluctuaciones de energías que pueden impulsarse en el esfuerzo, en eso tan hermoso que se ha llamado siempre orgullo y amor propio, en esa dignidad que parte de uno mismo y se cimenta no tanto en la ambición, sino en la honestidad de intentar ser mejor, de no conformarte, de intentar combinar nuestra potencia y nuestra fragilidad para salir al paso de aquello que la vida nos exige, sí, pero también de cuanto podemos aportarle a la vida.

Asegura la ministra de Educación Pilar Alegría «la cultura del esfuerzo no corre ningún riesgo con esta nueva norma. Se promueve un esfuerzo basado en la motivación, no en el castigo». Me gustaría saber qué opinan los profesores de esa nueva motivación que van a encontrar en las aulas, sabiendo que se puede pasar de curso sin haberse sacado el anterior. Es difícil creer en la educación de un país cuando su más alta representante gubernamental confunde los castigos con las obligaciones. Tú tienes -tenías- la obligación de aprender unos contenidos. Y hasta que no los aprendías, no podías pasar de curso, salvo con esas dos asignaturas que antes se quedaban colgando, y que también había que recuperar. El hecho de no pasar no era un castigo: era una consecuencia de no haber cumplido con tu obligación de aprender, que en el fondo también revertía únicamente en una ganancia personal para ti. Porque el reto educativo no está en aprender aquello que se nos da mejor, sino en ampliar nuestra percepción del mundo en aquellas materias en las que nos movemos con más dificultad. No seguir siendo más o menos buenos en eso en que destacamos, sino precisamente aprender que con esfuerzo, curiosidad y amor es posible también acercarse a otras disciplinas, en las que no brillemos, pero que también nos aportarán algo: ese poso fértil de vivir y sumar experiencias, perspectivas, conceptos.

Lo cierto es que desde ahora los alumnos podrán graduarse sin tener todas las asignaturas aprobadas o presentarse a la Selectividad con un suspenso. Tampoco habrá, finalmente, exámenes de recuperación en la ESO. Recuperar, ¿para qué? El Gobierno ha aprobado el Real Decreto de Evaluación, Promoción y Titulación, con nuevas instrucciones a los docentes. Madrid, Andalucía, Galicia, Castilla y León y Murcia se oponen al texto porque «rebaja la exigencia» y «desconcierta a los docentes», mientras avisan que tratarán de no aplicarlo dentro de los límites que la legislación ofrezca. Este giro no puede sorprendernos, porque ya lo debemos a la intención anterior de Isabel Celaá de una «promoción general», es decir: que no sean los suspensos el baremo para que los alumnos puedan pasar de curso, para evitar la repetición y mejorar las estadísticas. Otra cosa será que los alumnos puedan pasar de nivel sin ningún nivel y que el día de mañana, cuando vayan a operarte o a llevar tu divorcio, especifiques que no quieres que te opere, ni que te lleve, nadie que haya sacado su título durante estos años: porque temes que no reúnan ni los más mínimos rudimentos cognoscitivos no ya para salvarte, en cualquier caso, sino para entender cómo lo hacen. Estamos ante el reino no del conocimiento, sino de la propaganda, que es algo que inquieta y en lo que brilla con personalidad el Gobierno.

Ahora, sin requisitos unificados, será la junta de evaluación del colegio o instituto la que decida quién pasa y quién no. Arbitrariedad forzada, y un exceso de señalamiento sobre el personal docente desde los padres, que sabrán a qué rostro deben apuntar para que su niño no se queda atrás; pero no en esfuerzo o contenidos, sino en su apariencia. Pasar de curso no es pasar de todo. Respetar y estimular la singularidad de cada niña y niño no es diluir los conceptos de obligación y esfuerzo que después van a encontrarse en la vida. Se les está engañando, se les está timando. Debemos aprender a ganar y a perder. Sólo la exigencia y el valor real que tenga ese aprobado garantiza que quienes tuvieron menos oportunidades puedan alcanzarlas de verdad.