Hace poco, el poeta Miguel Cobo Rosa recordaba una maravillosa anécdota que Paul Auster reflejó en su ‘Diario de invierno’. Eran los locos años 20 y andaba James Joyce en París participando en una fiesta, cuando una mujer se le acercó y le preguntó embelesada si podía estrechar la mano que había escrito el ‘Ulises’. Él se detuvo un momento, levantó su mano en el aire, la observó y, en vez de tendérsela, le contestó a la dama y sin embargo fan: «Permítame recordarle, señora, que esta mano también ha hecho otras muchas cosas».

El siglo XX convirtió la mitomanía en una forma de vida. Sus máximas expresiones llegaron a través del seguimiento de la música popular y los deportes. El rock primero y la cultura pop después hicieron que el fenómeno fan, esa evolución un poco histérica del admirador, se afianzase y acabase considerándose como algo curioso pero normal. Aunque la figura del fan puede resultar risible en algunos casos, especialmente cuando no compartimos pasión (pues nadie entiende las pasiones que no siente y es fácil que un loco de Amy Winehouse desprecie a un loco de la Pantoja, y que este desprecie a un loco del fútbol y este a un fan de la ‘Macarena’), esa forma de relación sentimental con el mundo se ha extendido a otros ámbitos de la vida que en teoría deberían ser más racionales.

Recordé esta anécdota leyendo las reacciones que en los días posteriores provocó en las redes a la entrevista a Ayuso en ‘El Hormiguero’. Pero podría haberla recordado igualmente si el político entrevistado hubiera sido otro. Los fans y contrafans se enfrentan por sus políticos como hinchas del Barça o el Madrid, como partidarios de los Beatles y los Rolling. No importa qué otras cosas, buenas o malas, haya hecho la mano del mito. Lo importante es que la entrevista en ‘El Hormiguero’ salga bien.

*Filóloga y escritora