En ciertas noches y según su ciclo, la luna, de manera impertinente, me despierta de madrugada. Es literal. Y si he sido precavida, agarro mis prismáticos, ahueco mi almohada y disfruto de ese cielo azul-noche que me regalan las estrellas. Es uno de los privilegios de estar jubilada, duermo cuando me viene bien y no participo del estrés de rendir adecuadamente en mi jornada laboral.

¿Soy más feliz? ¿Somos más felices las personas jubiladas que las que aún no gozan de esta situación?

No sabría responder. Creo que para que una jubilación sea satisfactoria hay que preparase con tiempo, para que el día a día esté lleno de complacencia y realización personales. De otra forma, puede ser un letargo penoso. O quizás el hallazgo se encuentre en la frase de Julio Cortázar: «El truco es volverse fuerte del corazón sin perder la ternura del alma».

Estas reflexiones en el mes de noviembre me llevan a pensar que quizás la vida no consiste en la búsqueda de emociones constantes, cual lastre de adolescencia y juventud, sino en cómo guardamos y avivamos nuestros mejores recuerdos, dentro de la rutina diaria. Recuerdos que probablemente nos lleven a disfrutar de personas, lugares o situaciones reconocidas de forma apacible y con una media sonrisa sobrevenida, sin la ansiedad de lo novedoso... Aunque nos queda mucho por vivir, claro está, y habrá sorpresas, que la vida no descansa.

Si saltáramos el muro invisible pero firme y sólido, no me digan que no tiene narices que el ser joven conlleve un valor que no deja de crecer y crecer. No es una moda, no. Está asentado y bien asentado, aun cuando las personas mayores de 64 años alcanzamos ya el 21,14% de la población europea y el 10% en la pirámide poblacional mundial. Como esta circunstancia no va a cambiar, (no lo comenten pero todos lo sabemos), y la juventud lleva aparejada la creencia de ser inmortal y el ombligo del mundo, a mí me gusta trasladarme a ese cielo que acerca el invierno para mirar desde el espacio y ser partícipe en la paradoja de las XIII Jornadas Culturales y Gastronómicas de Monturque para celebrar Munda mortis. Paradoja feliz que así, sí me apunto a visitar cementerios bien lejos de una eternidad en piedra. Noviembre, tiempo de melancolías y poesía. En Córdoba Cosmopoética, que lleva este año como país invitado a Portugal. Así me he encontrado con Fiama Hasse Pais Brandäo, poeta, ensayista, traductora y dramaturga lisboeta (1938-2007), y no me resisto a compartir con ustedes los últimos versos de su poema ‘Nada tào silencioso como o tempo’:

«O tempo é silencioso e enigmático/ imerso no denso calor do ventre.

Guardado no siléncio mais espesso,/ o tempo faz e desfaz a vida».

El tiempo es silencioso y enigmático/ inmerso en el denso calor del útero,

Guardado en el más denso silencio/ el tiempo hace y rompe la vida.

Si tienen ocasión disfruten del poema completo.

Recuerdo muy bien en mi primera visita a Génova siendo jovencilla, cómo me impresionó en el Cementerio Monumental Staglieno, el monumento en la tumba de Caterina Campodonico conocida como la Paesana y también la Nocciolaia. Vendiendo castañas pagó en vida su escultura fúnebre, esculpida con gran realismo y detalle. Fue un personaje muy popular y asistía gratis a los estrenos de las óperas de Verdi. El compositor le estaba muy agradecido por las castañas que le regalaba cuando era estudiante y no tenía una lira. Ay, cuántas historias caben en cada cementerio, tan dispares, unas taciturnas, algunas felices y otras aterradoras. Por eso no puedo terminar sin sentir el padecimiento, el horror, la angustia de casi 1.100 mujeres asesinadas por sus parejas desde 2003 en nuestro país. E incontables las vejaciones, malos tratos, humillaciones... De tantas mujeres en el mundo por el hecho de ser mujeres. Va por todas ellas este 25 de noviembre.

*Docente jubilada