El penúltimo éxito televisivo de Netflix ha sido la serie coreana El juego del calamar. Al hilo de su fama mundial, unos listos lanzaron una criptomoneda que muchos incautos y tiburones financieros desdentados se apresuraron a comprar. Según la web Gizmodo, los estafadores se hicieron con un botín de casi 3,4 millones de dólares, volatilizándose con el dinero entregado por los inversores a cambio de sus monedas intangibles.

Una de las consecuencias de hablar a todas horas de Bitcoin sin explicar lo que son las criptomonedas, los white papers que deben exponer la generación de valor, y cómo son los mercados de este tipo de activos, es que se alimentan expectativas en torno a la posibilidad de vivir -o de pegar un pelotazo- invirtiendo en estos activos intangibles. Nadie lee las advertencias de los organismos especializados. Personalidades como Elon Musk mueven el mercado a su antojo con sus anuncios y disparates.

El sueño de los defensores de Bitcoin es el de tener una moneda universal libre, esto es, ajena a los controles de los bancos centrales. Quizás sea interesante leer más sobre política monetaria y un poco menos sobre programación, sobre todo para saber que algunos de los mitos asociados a Bitcoin son verdaderos bulos sin el más mínimo fundamento. Otra cosa es que la tecnología subyacente, Blockchain, no sea útil e interesante, pues permite notables aplicaciones en las transacciones económicas, la contratación o la propia acción del gobierno. Pero lo que ofrece hoy el desregulado mundo de las criptomonedas es un río muy revoltoso en el que pescan con provecho los más listos de cada casa.

La autoridad británica de protección de los consumidores (FCA) ha publicado un admirable informe sobre los perfiles de las personas que invierten en criptoactivos, definidos como «representaciones digitales de valor que pueden transferirse, almacenarse o negociarse electrónicamente y que utilizan algún tipo de tecnología de libro mayor distribuido» (distributed ledger technology). La definición da cabal idea de la complejidad del asunto, en un entorno de escasa o nula educación financiera convencional. Pues bien, la causa principal para invertir es la posibilidad de ganar mucho dinero en un plazo muy corto de tiempo. La cultura del pelotazo de toda la vida, en resumen. Una de las frases más destacadas del Juego del calamar dice lo siguiente: «Me aseguraré de que ganemos. Haré lo que sea necesario». Parece que solo la escucharon los estafadores.