Este domingo, 14 de noviembre, estamos celebrando la V Jornada Mundial de los Pobres, con el lema: A los pobres los tienen siempre con ustedes. Con esta frase, comienza el papa Francisco su mensaje, pronunciada por el propio Cristo, en el contexto de una comida en Betania, en casa de un tal Simón, unos días antes de la Pascua. Según narra el evangelista, una mujer entró con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. El Papa nos recuerda que los pobres son «hermanos y hermanas», con los que hemos de compartir su sufrimiento, aliviando su malestar y marginación. A lo largo de su mensaje, Francisco nos transmite una serie de enseñanzas muy importantes, relacionadas con los pobres y el cristianismo. Primera, el primer pobre es Jesús, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Segunda, toda la obra de Jesús afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir. Tercera, los pobres de cualquier condición y de cualquier latitud nos «evangelizan», porque nos permiten redescubrir, de manera siempre nueva, los rasgo más genuinos del rostro de nuestro Padre Dios. «Estamos llamados, subraya el Papa, a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos». Tres grandes enseñanzas para vivirlas en esta Jornada Mundial, para combatir las «nuevas pobrezas» que nos acechan constantemente. Podríamos enumerar algunas de esas «pobrezas» para salir a su encuentro: Las «largas filas ante los comedores sociales», signo tangible de cómo las personas más vulnerables están privadas de los bienes de primera necesidad; la «pobreza del desempleo», que golpea dramáticamente a muchos padres de familia, mujeres y jóvenes; la «pobreza de la desolación y el desamparo», sobre todo, en los emigrantes y refugiados, que buscan acogida y calor, familia y hogar; la «pobreza de la ignorancia y de la incultura», que despeña a tantas personas, convertidas en víctimas de abusos e injusticias; la «pobreza del desorden moral y social», denunciada por el Papa, que ignora los principios éticos o los selecciona a su gusto y a sus caprichos, producida por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social; la «pobreza de una educación ramplona y contaminada» por las trampas ideológicas, sin las mínimas exigencias de una formación seria y eficaz; la «pobreza de los ricos» que cierran sus entrañas a la búsqueda de verdaderas soluciones para atajar los males de un mundo injusto y eliminar los sufrimientos provocados por el mismo hombre; y por último, «la pobreza de hombres y mujeres de bien» en los estrados políticos, económicos y sociales, que busquen el bien común y no las «tajadas partidistas» del poder y la vanagloria, en aras de su propio bien. Tras señalar estas «nuevas pobrezas», podríamos recordar las palabras de Primo Mazzolari, citado por Francisco en su Mensaje: «Nunca he contado a los pobres, porque no se pueden contar: a los pobres se les abraza, no se les cuenta. Los pobres están entre nosotros. También nosotros somos pobres».