Estoy en el camino de algo. Ese algo puede ser nada. Estoy en el camino de nada. Quizá el mejor de los caminos. Habitamos la era de la exigencia. Es una pulsión caníbal. Somos perros dando dentelladas al aire persiguiendo su propio rabo. Todo es poco. Como aquel chiste de Bill Watterson: «¡La felicidad no es lo suficientemente buena para mí! ¡Exijo euforia!». Estoy agotado y aún no he salido de la cama. Deseo cosas livianas. La intrascendencia es un estado de ánimo. Es una dulce forma de cuidarse: ambicionar lo cercano, detestar lo imbricado, ser cómplices del vacío. No es nihilismo, es un chusneo íntimo. Un amparo.

Digo sí a demasiadas cosas y cuando digo que no, sufro. Si el espejo es grande, tu reflejo es minúsculo. No me siento un impostor, sino un invasor, un bárbaro. Pisoteando el césped cuidado de amables anfitriones. No es un síndrome, es la existencia misma, tan angulosa, tan embrollada, como la zarza que rasguñó en la niñez nuestras blancas y carnosas piernas. Cuando alguien me habla del esfuerzo, me hago un ovillo. El esfuerzo no es una llave, ni siquiera la mano que la hace girar en la cerradura. El esfuerzo es sólo una suerte de primordial paciencia. Una serenidad atávica. Contar hasta diez o hasta veinte o hasta cien. Vivir es caminar mirando el cielo. El esfuerzo es mi magullado temple. He ganado más con la prudencia que con discursos inclementes. Que cada traspié sea el penúltimo. Que la ilusión adelgace pero no muera, que la vida sea sólo esta imperfecta y tenaz pasión por la propia vida.

Me esfuerzo no dinamitando cada minuto de este trayecto. Me esfuerzo haciendo respirables las habitaciones en las que me siento, plácidamente, a charlar sobre cosas sin importancia. Es un esfuerzo de cíclope esta posición erguida pese a los empujones y los disparos al aire. Hay gente en todas partes. Soy parte de esa gente que pulula como hormigas en la breve boca del hormiguero. Somos sin interrupción. Nuestro cerebro es el berbiquí del vecino despertándonos a deshoras. Ni siquiera el consuelo de un coma que permita salir esporádicamente de casa. Somos el Wannabe de las Spice Girls que mi hermana grabó una y otra vez hasta agotar su cinta de noventa minutos. Somos un vídeo interminable de Los Pica-Pica. Somos el vino barato y excesivamente frío que nos sirve un camarero simpático y que bebemos por compromiso.

A veces pienso si esta cultura del esfuerzo es sólo una cultura de la paciencia y a cuánto de este sosiego estamos renunciando por un júbilo suicida y un ansia pública. El afán por progresar en vertical obviando la vasta horizontalidad. Como si fuera el cactus y no la arena lo que dieran sentido al desierto. Como si fueran los ojos y no la piel lo que dieran sentido a los afectos. Estamos expuestos y somos frágiles. Recibo un hostil mensaje por Whatsapp, es un creador que me reprocha no haber valorado lo suficiente su creación. A continuación me llaman del colegio, porque mi hijo mayor ha tenido una fuga en clase. Me alerto por si se ha escapado, pero es sólo un poco de pipí. Luego un par de favores que realizo con cariño y disciplina. Esos favores que uno hace que parece que nos están haciendo el favor a nosotros. Después una mala noticia, de esas que son como los peores arbitrajes, no grandes tragedias, sólo una agujita clavada, una burbuja de sangre. Derrotas a cámara lenta. Quién no encierra dentro de sí a una menuda atleta cansada de competir. Quién no encierra dentro de sí a un portero con temor a salir por alto. Quién no encierra dentro de sí a un escritor tembloroso, a un astronauta que extraña su peso, a un niño que dibuja monstruos para espantar su miedo.

Estoy en el camino de algo. Estoy en el camino de nada. No hay mejor sabor que el primer sorbo de cualquier cosa. Me esfuerzo. Sacudo los pizcos de la mesa arrastrando mis manos sobre su tablero. Me siento en los primeros asientos del autocar. Escucho a quien me habla. Hablo a quienes me ofrecen el tesoro de su atención. No creo en la bondad, pero sí en la paciencia. Es un arma poderosísima para quienes queremos poblar con dignidad la tierra. Hay renuncias honradas ante despiadadas exigencias. Cada sábado me siento a vuestro lado para confesarme con vosotros con este tono de beatilla enamorada y lastimera. No me pedís nada a cambio. Estoy en el mejor de los caminos.

*Escritor