La jugadora francesa del Paris Saint-Germain femenino Aminata Diallo viene de cenar con su compañera de equipo Kheira Hamraoui. Es la noche del 4 de noviembre y regresarán en coche. Han salido del restaurante conversando con normalidad: las dos comparten posición en el Paris Saint-Germain, pero Kheira está jugando de titular y Aminata se sienta en el banquillo. Suben al coche para comenzar el camino de vuelta. Aminata Diallo se dispone a conducir su vehículo. Entonces dos encapuchados se lanzan contra Kheira Hamraoui, en el asiento del copiloto, sacándola por la ventanilla a tirones y tirándola sobre el asfalto. Después, justo antes de escapar, la golpean con una barra metálica en las piernas: como si hubieran ido allí a partírselas, lo que casi consiguen.

Pues bien: según ha contado L’Équipe, ahora Aminata Diallo está detenida hasta que se aclare si fue ella quien contrató a los dos sicarios. Hamraoui ya se ha perdido un partido de la Liga francesa y otro de la Liga de Campeones femenina: Diallo ocupó su posición, tanto en la selección francesa femenina como en el Paris Saint-Germain, hasta que la policía la detuvo. ¿Qué podemos sacar de todo esto? A pesar del carácter novelesco del incidente, se tendría que demostrar la culpabilidad de Aminata Diallo. Porque la presunción de inocencia debería seguir estando garantizada para todo sujeto, sea mujer u hombre, que sea objeto de una acusación: lo que no siempre ocurre. Es evidente que las mujeres, como colectivo social, sufren un salvajismo específico que resulta dramático, más cortante aún con estas agresiones grupales tan repugnantes, que merecerían penas mucho más perdurables. Pero las mujeres también mienten, y delinquen, o contratan sicarios. Y no se las ayuda revistiéndolas de un falso halo de santidad que tan caro ha salido a Juana Rivas, mientras sus aireadas defensoras se esfuman. Hombres o mujeres, ninguna etiqueta nos define. Somos individuos con complejidad para odiar y querer.

*Escritor