Junto con Granada que representó en tono menor la del reino nazarí, Córdoba ha sido la única capital andaluza que ostentara con propiedad la condición de imperial. Sevilla vino a serlo de facto a comedios del Quinientos y Cádiz también con latidos más débiles una centuria posterior. Debido a la gran responsabilidad con que ejerciera el rango antedicho y la muy estimable extensión del territorio del califato Omeya en su fastigio, la capital de la antigua Bética romana constituye con Madrid y Valladolid el trío de urbes imperiales asentadas, con la portuguesa Lisboa, en la Península Ibérica.

Un moroso caminante de conocimientos culturales discretos y sensibilidad regularmente desarrollada se extasía y es harto posible que llegue a levitar con los incontables encantos y abrumadora belleza de calles y plazas cordobesas de topografía presidida por la perfección. Al cabo de uno de sus recorridos, el anónimo paseante reparará muy probablemente en uno de los rasgos casi insoslayables de las ciudades enrocadas en un esplendente ayer, que no es otro que el olvido o la preterición de las grandes mujeres y hombres que contribuyeron un día a asentar de modo indeleble su fama universal. Acotada tan solo la referencia al pretérito cordobés más cercano no es, sin embargo -y en comparación en especial con las restantes urbes andaluzas-, en exceso extremoso. El respeto y, en ciertos casos, hasta la exaltación que hodierno envuelven, v. gr., a los integrantes del Grupo Cántico, Equipo 57 o a buriladas figuras, entre otras, como Mario López (1918-2003), C. Castilla del Pino (1922-2009) o D. Rafael Castejón y Martínez de Arizala (1893-1986), prueban inequívocamente su apertura a los valores acreditados del Arte y la Ciencia, así como su inclinación por las conductas políticas y éticas atemperadas. Incluso en uno de los ejemplos más salientes de popularidad y reputación como el del inolvidable alcalde comunista D. Julio Anguita (1941-2020), su encendida pasión por un credo ideológico de raigambre o, al menos en muchos casos, de propensión radical, se conjugó con la ataraxia más inflexible en punto a la consideración y respeto por adversarios y oponentes.

Mas con todas estas envidiables notas de su identidad contemporánea, Córdoba presenta en la actualidad zonas de rechazable o censurable preterición de talentos y trayectorias que reclaman un aplauso o un reconocimiento hasta el presente relegados. En tales coyunturas, cualquier enumeración equivale indeficientemente a errores de omisión y olvido. Mas afrontado a dicha tesitura, el articulista no dudaría en afirmar que la andadura y obra del escritor Carlos Clementson o la del investigador Antonio Rodero Franganillo (- también en la lista hay mujeres y, ¡hèlas!, muchas...-) exigen un encomio o enaltecimiento hasta hoy, en el mejor de los supuestos, tibia, muy tibiamente expresados por la sociedad y las elites cordobesas.

¿Se atisban desde la actualidad más percutiente signos de rectificación? Los privilegiados habitantes de la hechizadora ciudad de la Mezquita tienen la palabra.

*Historiador