Ahí van cada mañana, entre el frío y el hacinamiento del autobús, callados, limpios, peinados, con sus pequeñas manos y sus grandes carteras, a empezar ese otro nuevo día que los mayores le hemos preparado. Nos miran absortos, soñolientos, asustados por lo que observan, oyen, ven, imaginan, sufren sin ser conscientes de que lo sufren. Porque de alguna manera la ternura de sus corazoncitos les dice que no tienen sitio en este mundo nuestro que los mayores les hemos creado, un mundo donde lo que no produce no sirve, es un estorbo, un desecho que ocupa sitio, un gasto innecesario, una molestia insufrible, igual que el anciano, el enfermo, el parado, el que lleva algún síndrome, alguna soledad.

Todos al rebaño, y nuestros pequeños nos siguen impotentes. Sus mayores no imaginamos qué sería de nosotros si tuviésemos que depender de una persona tres o cuatro veces más alta y con una voz ocho veces más potente. No imaginamos sus miedos, su impotencia, su soledad ante tanta noticia descarnada, ante cada bulo, que si el virus, que si el volcán, que si tal otra mujer asesinada, que si las pateras, que si el paro, que si las vacunas, que si la gripe, que si el apagón, que si la carestía de la luz, que un atentado, un incendio, otra epidemia de gripe, el frío, el vecino enfermo, la vecina en el hospital, el robo, el accidente de tráfico, y tanta sangre, tantos muertos, tantas imágenes, palabras, escenas de tal o tal desastre, y ya no se distingue la realidad de la película, y otra violencia, que ya no se distingue si sucede o es virtual. ¿Somos conscientes, nosotros, los mayores, que aparentamos querer tanto a nuestros pequeños, protegerlos tanto, preocuparnos tanto, de la tortura psicológica cotidiana que les infligimos con cada palabra, cada imagen, cada noticia y, sobre todo, cada abandono, cada soledad? ¿Nos podemos aún acordar de cómo nos sentíamos con algo así, de niños? ¿Nos podríamos imaginar cómo nos sentiríamos si fuésemos pequeños en este mundo de violencia? ¿Qué hicimos con nuestra infancia y su sensibilidad? ¿Qué hacemos con nuestros pequeños y su incomunicación? Porque nosotros, en lo más íntimo de nuestro ser, también somos víctimas de este mundo absurdo, irreal, inhumano que hemos creado a base de ser absurdos, irreales, inhumanos.

*Escritor