Casi todos asumimos la libre circulación del dinero, de las mercancías, pero no la de las personas. Es uno de los mayores sinsentidos de nuestro tiempo, el capital, las inversiones e incluso las guerras no reconocen las naciones, pero las fronteras se refuerzan ante cualquier movimiento migratorio, también para aquellos que compartimos un mismo espacio económico como el de la UE.

Escapen de la miseria, de la persecución o de la guerra abierta todos lo hacen de una situación desesperada ¿O usted no lo estaría, teniendo que dejar todo lo conocido hasta ahora, cerrar la puerta de su casa y arrastrar a su familia a la nada?

Nadie escoge ser refugiado, y aún así a 65 millones de personas (según datos de Acnur) no les ha quedado otra opción. Son cifras solo comparables a las de la Segunda Guerra Mundial, y no paran de crecer. Y en contra de las versiones interesadas, los datos demuestran que la gran mayoría, el 86% de los desplazados, se encuentran, bien dentro de su propio país, bien refugiados en un país vecino.

Y esta población flotante, fantasma, depende para su supervivencia solo de la acción humanitaria, a excepción de los que dejamos entrar en Europa con cuentagotas o reenviamos a Turquía a base de «incentivos económicos». La ausencia de organizaciones de política globales imprescindibles para responder a las nuevas necesidades de esta sociedad internacionalizada solo lleva a la incertidumbre y al sálvese quien pueda. Las clásicas instituciones supranacionales como la Unión Europa y Naciones Unidas son percibidas por los ciudadanos occidentales como ineficaces y parecen deseosos de encontrar una solución al «gran problema» volviendo a lo conocido, a lo particular, a lo pequeño.

Se han escuchado tantas afirmaciones en sus campañas políticas que nos hubieran escandalizado hace diez años y ahora asumimos con normalidad tanta cosificación de los seres humanos o de criminalización a las víctimas. Pero la realidad es tozuda, y ahí siguen en campos de refugiados, o esperando a entrar pegados a las vallas que protegen la Unión Europea o los más afortunados disfrutando de vivir en el primer mundo pero como ilegales.

Desde la explosión en el sur de Europa de la crisis migratoria de 2011, el problema no para de crecer y ha hecho visible el fracaso de la política de emigración de Europa, demuestra la ausencia de una política común. Necesitamos más Europa, y no menos, para dirigir las respuestas ante la complejidad del fenómeno migratorio porque la libertad de emigrar es una causa profundamente justa, que nunca sabremos en qué momento nos tocará a nosotros o a nuestros hijos.

*Politóloga