Opinión | ENTRE LÍNEAS
La conjura contra el confort
«No sé por qué hay que ejercitarse con dificultades autoimpuestas cuando hay tantos problemas»
Me sorprendió el desparpajo con el que hace unos días el conductor del programa matinal de TV1 Mejor Contigo, Ion Aramendi, preguntaba en una charla con los colaboradores del espacio: «¿Y por qué hay que salir de la zona de confort? Yo estoy muy a gusto en ella». Todos se quedaron pasmados porque sus palabras habían sonado casi a una blasfemia contra esa religión que está últimamente de moda: la de pedirle a todo el mundo que deje su entorno cómodo, que se rete a sí mismo continuamente porque, se supone, ello le hará más fuerte ante las adversidades. Lo dicen supuestos expertos en los medios, presuntos libros de autoayuda, en coloquios y debates, memes bienintencionados que circulan por las redes... ¡Hasta hay publicidad que nos anima a salir de la zona de confort! Ya se ha convertido en un tema recurrente en las conversaciones de bar.
Pero un servidor está con Aramendi en que no sé a cuenta de qué hay que ejercitarse con dificultades autoimpuestas. Sobre todo cuando la práctica totalidad de la población española ya tiene tantos problemas: la mitad de los hogares llegan justo o no llegan a final de mes, recogía el CIS en mayo; un tercio de la población padece algún tipo de patología que merma sensiblemente su calidad de vida, estamos en plena pandemia que se ha llevado por delante a 84.000 personas, hay 3.257.068 parados en las últimas cifras del INEM, contamos con los jóvenes mejor formados de la historia del país y los que menos perspectivas de futuro y ánimos tienen, apenas la cuarta parte de los hogares tienen recursos para viajar en vacaciones en contra de lo que podría creerse... Exactamente, ¿cuánta gente disfruta esa supuesta zona de confort en España?
De hecho, la historia de la humanidad no ha sido otra cosa que una lucha del individuo por tener una cierta seguridad, incluidas todas las revoluciones económicas y sociales, inventos, descubrimientos, organizaciones sociales, la política, los sindicatos... son los medios por los que se ha buscado siempre una serie de derechos básicos, un rincón en donde descansar que sea inviolable (llámenlo vivienda), la tranquilidad de que hoy podré comer y que mañana también, de que si enfermo alguien me atenderá, de que mis hijos podrán aspirar a vivir mejor que yo... La historia del hombre es el relato de la búsqueda de una zona de confort personal.
Me he llegado a preguntar, incluso, si no hay una cierta conjura interesada en que en lugar de salir de la zona de confort, lo que quiere cierta gente es que no protestemos por tener que sobrevivir día a día sin confort alguno.
Porque, insisto, últimamente hay muchos espabilados que aconsejan dejar su entorno personal seguro precisamente a los que no lo tienen, profetas de forzar situaciones difíciles y ponerse retos absurdos cuando generalmente son de los pocos privilegiados que pueden permitirse por diversión darse de vez en cuando un bañito de aventura, pero a sabiendas de que siempre volverán a su círculo perfectamente confortable.
Un servidor preferiría aconsejar justo lo contrario: si tiene usted tiene eso que llaman zona de confort, disfrútela plenamente en su día a día y sin remordimientos. Ya se encargará la propia vida de sacarlo de allí más veces de lo que usted va a desear. Seguro.
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