Hemos llegado a un punto en nuestro sistema educativo, como hace pocos días nos recordaba Nuccio Ordine, en que nuestros alumnos parecen pollos de engorde y los profesores los que hacemos la criba para decidir qué pollos enviamos al matadero (los buenos y gordos) y cuáles desechamos (los malos y flacos). Los profes somos utilizados básicamente como jefes de recursos humanos de las empresas a las que se supone que tenemos que enviar a nuestros alumnos. Sé que la síntesis puede parecer vaga, imprecisa, incompleta, pero os puedo asegurar que así se sienten ellos y así nosotros en la mayoría de los casos. Y, por supuesto, lo que no es ni vago, ni impreciso es que en materia de educación tenemos un problema que lastramos desde hace años y que, de momento, no parece avistar la luz de salida del túnel en el que anda sumido.

Uno de estos casos es el del profesor asturiano Yván Pozuelo Andrés, quien como si hubiera leído -que no lo sé- la ‘Historia de un alma’ de Teresa de Lisieux cuando nos recordaba aquello de que cada uno de nosotros de manera individual tiene que llenar la capacidad del vaso que le ha sido asignado, ha decidido seguir con sus alumnos un camino muy similar. Dice así santa Teresita en diálogo con su hermana Paulina: «Paulina me dijo que fuera a buscar el vaso grande de papá y que lo pusiera al lado de mi dedalito, y luego que los llenara los dos de agua. Entonces me preguntó cuál de los dos estaba más lleno. Yo le dije que estaba tan lleno el uno como el otro y que era imposible echar en ellos más agua de la que podían contener. Entonces mi Madre -consideraba a su hermana como una madre- querida me hizo comprender que en el cielo Dios daría a sus elegidos tanta gloria como pudieran contener, y que de esa manera el último no tendría nada qué envidiar al primero».

Pues bien, salvando las debidas distancias entre lo estrictamente religioso y lo estrictamente educativo, Yván Pozuelo, este profesor asturiano, ha comprendido que la calificación que se asigna a un alumno jamás debiera ser por comparación con otros o en relación a la predisposición para resolver en un tiempo concreto y en un espacio determinado tal o cual ejercicio, tal o cual examen, sino más bien en relación con la capacidad del «vaso» de cada uno. Y por eso, decidió poner a todo su alumnado una matrícula de honor a final de curso, y por eso también ha sido condenado a ocho meses sin empleo ni sueldo por un tribunal de Gijón a expensas de la denuncia interpuesta por la Consejería de Educación del Principado de Asturias, después de un proceso muy largo y muy duro contra su método de calificación, un expediente que ronda las mil quinientas páginas y del que nada supo Yván ni el centro donde enseña francés a sus alumnos, el IES Universidad Laboral de Gijón, desde donde se ha iniciado todo el proceso de la denuncia. «Todos somos diferentemente Diez» reivindica Yván desde que publicó en 2019 su libro ‘¿Negreros o docentes? La Rebelión del diez’. Naturalmente el profesor ha recurrido la sentencia del tribunal gijonés y habrá que esperar la resolución definitiva. A ver si mientras tanto, vamos barajando la idea de que nuestros alumnos no van a acabar trabajando en la misma fábrica como sí ocurría hace cien años y que, por tanto, no es necesario que aprendan ni las mismas consignas y mucho menos bajo similares herramientas. Las consignas, los contenidos académicos y curriculares son necesarios, evidentemente, pero si algo he aprendido en estos años es que la letra no entra con sangre sino atendiendo al modelo y capacidad del vaso que tienen que llenar nuestros alumnos. Menos burocracias inservibles y absolutamente inútiles y más atención a los seres humanos que tenemos en nuestras manos mientras dura su proceso educativo. Yván, sin duda, es un diferentemente diez.

** Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea