Siempre me han gustado los polígonos industriales y los catálogos -de lo que sean: libros, juguetes, herramientas o jamones; me entretienen igual que una novela o un crucigrama- pero hoy me centraré en los polígonos industriales, que merecen todo tipo de análisis. Son como estar en otra ciudad sin alejarse de ella. Los visito varias veces al año, casi siempre obligatoriamente y para cuestiones relacionadas con el automóvil; en otras ocasiones, para buscar muebles, electrodomésticos, menaje de cocina o materiales de construcción y, aprovechando el viaje, resolver la compra de la semana en algún gran supermercado. Aprovecho también para desayunar o para comer, porque en ellos hay buenos bares, restaurantes, asadores y marisquerías.

Ya les digo: en general, me gustan los polígonos industriales; pero dejan de gustarme cuando se trata de llevar el coche a la Inspección Técnica de Vehículos (ITV). Y lo primero que observo es que a las estaciones técnicas van más hombres que mujeres -será casualidad, pero jamás he coincidido con una- lo que me inclina a pensar que son los hombres, parejas o familiares, los que se encargan mayoritariamente de llevar los coches de las mujeres, porque los 15,5 millones de conductores, frente a los 10,5 millones de conductoras que hay en España, no justifican la ausencia de ellas en las Inspecciones Técnicas, dejando aparte toda la casuística de las mujeres, trabajadoras o no, que no quiero que ninguna se moleste, y a las profesionales del volante: taxistas, camioneras o conductoras de autobús.

Una vez entregada la documentación y pagada la tasa correspondiente, esperamos que la matrícula de nuestro coche aparezca en la pantalla. Todos parecemos preocupados; unos aguardamos dentro del coche; otros, pasean preocupados, como en las películas antiguas mientras esperan el nacimiento de un hijo -no como ahora, que los hombres están ahí, todo el tiempo al pie del cañón-. A los que esperamos en la ITV nos faltan el cigarro y el güisqui. Durante la inspección, los técnicos son amables y pacientes, pero los conductores -no son leyendas urbanas- nos equivocamos continuamente: al dar las luces y los intermitentes; en vez de frenar, aceleramos; no encontramos el resorte que abre el capó; no entendemos las instrucciones que nos dan por el walkie-talkie... Los coches saldrán airosos de la inspección, pero nosotros habríamos suspendido el carné de conducir.

* Escritora y académica