El mundo digital ha pasado de ver la información como negocio a utilizar la desinformación como arma. La célebre frase del periodista polaco Riszard Kapuscinski –«cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante»- ha sido jubilada. Ahora se habla, se escribe y se investiga sobre desinformación, sobre la propagación de bulos con fines espurios y partidistas, con el objetivo decidido de hacer daño: a los rivales políticos, a la confianza en el sistema, a la democracia. En los Estados Unidos, un neologismo resume muy bien la nueva realidad. A partir de la palabra weapon (arma), se define como «weaponization» el proceso por el que algo hasta ahora inocuo, por ejemplo, la intoxicación informativa, se utiliza como arma para crear una contundente desconfianza colectiva que beneficia a intereses y posiciones políticas muy concretas.

En el mundo digital, la censura ya no funciona. Lo que sí ha demostrado una gran eficacia es la desinformación, la propagación selectiva de mentiras entre una población inculta, llena de prejuicios. Se demostró con la exitosa campaña del Brexit, tuvo su continuación con las acciones en Facebook al servicio de los intereses de Trump, y ahora vemos sus efectos con las vacunas y el covid. Un reportaje firmado por Stephanie Valencia para el Washington Post acaba de lanzar una advertencia sobre el éxito imparable de la desinformación en español.

Gabriel Celaya escribiría hoy que la desinformación es un arma cargada de futuro. En este escenario, la verdad compite en inferioridad manifiesta de condiciones contra la mentira y sus cómplices, contra los sabios ganapanes, contra la credibilidad analfabeta y contra la ausencia de un mínimo espíritu crítico, anestesiada la población por las guerras culturales, los programas baratos de entretenimiento masivo y las exitosas plataformas que ya llegan a cualquier hogar que se precie.

En este magma de buenas intenciones y malas voluntades, la exclusiva de Axios pasó desapercibida: el lanzamiento de Acronym, una plataforma para combatir la desinformación sostenida por magnates como Reid Hoffman -fundador de LinkedIn- o el polémico George Soros. Por ahora, la iniciativa parece que tiene un pequeño contencioso que resolver con la FEC (Federal Electoral Commission) por su falta de transparencia. Toca entonces jubilar también a Clausewitz, ya que la política parece haberse convertido en una sustitución de la guerra por otros medios. Y esto nos afecta a todos.

** Economista

@ebpal