Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal. La famosa frase de Adolfo Suárez la perfiló Fernando Ónega para darle su ritmo y ese juego doble de ida y vuelta con viveza de pasos en aceras y bares, en esa escuela de vida que se empezaba a abrir con una sensación corporal de presente. Se refería, como es sabido, al proceso de legalización de los partidos políticos y a la apertura a la democracia. Mucho hubo que escribir entonces y también perfilar, mucho tuvo que ser emborronado y tachado después, volverse a dibujar y entintarse de nuevo, muchos cafés y humo de cigarros se adensaron hasta la madrugada y más allá para que muchas gentes enfrentadas pudieran deshilar sus diferencias y rehacer ese tejido de la normalidad.

Elevar a la categoría de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal me ha venido hoy a la cabeza tras asistir al desconcierto de la delegación de eurodiputados que, durante tres días, se ha reunido en Madrid y Vitoria con víctimas, miembros de las fuerzas de seguridad y jueces, para ir acumulando información sobre los 315 casos sin resolver de ETA. Las frases son de una dureza que ya hemos desterrado aquí porque los presupuestos son sagrados. Parece ser que en Europa aún se consideran «indignantes» los homenajes a etarras, algo que en España está completamente naturalizado. Sobre los derechos de las víctimas, los eurodiputados consideran que se han visto «pisoteados» y que por tanto «merecen que ya no se les humille más». Son palabras cortantes que se salen del buenismo imperante que parece nutrirse de unos pocos libros formidables y unas cuantas series: si las has visto y te producen una mezcla de asco y frustración, una especie de viaje hacia un pasado al que no te apetece regresar, ya puedes dormir con la conciencia tranquila, mientras los homenajes a los ejecutores se siguen reproduciendo como setas, con su temperatura de frecuencia. «Hemos sentido el sufrimiento y la frustración de las víctimas, lo compartimos». Así lo sintetiza la diputada europea popular francesa Agnès Evren, la presidenta de la delegación de esta misión que fue aprobada en enero de 2020 y se ha ido posponiendo después por la pandemia. Pero no sólo estaba la diputada popular europea: también el socialdemócrata maltés Alex Agius Saliba, el liberal rumano Vlad Gheorghe y el conservador polaco Kosma Zlotowski. Y se les han unido los también eurodiputados españoles Dolors Montserrat, Cristina Maestre, Maite Pagazaurtundua y Jorge Buxadé: PP, PSOE, Ciudadanos y Vox, donde los tres primeros representan la centralidad democrática. Imagino que la delegación es también consciente de que siempre hay un peaje de pérdida de memoria imprescindible para seguir adelante: en la vida política y hasta en la intimidad emocional. No podemos, siempre, andar a vueltas con nuestro pasado, o no saldremos de él. Quizá por eso Evren asegura que «Hemos venido con una mentalidad constructiva, no estamos aquí para enjuiciar ni pretendemos entrar a valorar a gobiernos ni instituciones. Entre las observaciones que nos han hechos llegar muchos han reconocido que se dan beneficios a terroristas que no han colaborado con la Justicia». Pero respecto al efecto de los homenajes a los asesinos en las víctimas, con tantas calles cubiertas de retratos gigantes, sigue sin apearse del sentido común: «Es un motivo de sufrimiento para ellas. Este tipo de homenajes es algo indignante».

Quizá por eso mismo tendríamos que elevar a la categoría política, ética e histórica de indignante lo que a nivel de Europa es sencillamente indignante. Está claro que un país tiene que avanzar para seguir viviendo, y no se puede estar removiendo constantemente el recuerdo. Pero como hemos escrito por aquí, no parece coherente que se potencie la amnesia o el borrado del horror terrorista de los 80 y 90 en España, ya en plena democracia, mientras se reivindica hasta la última huella de una fosa de la guerra civil.

Víctimas son todas que por igual merecen respeto, reparación, dignidad y justicia: también desde el presente. Por eso reconforta que haya gente sensata por Europa que sigue sin entender que se celebre con normalidad a los asesinos aquí mismo, donde tanto se les ha padecido, mientras se trata de justificar veladamente el oscurantismo racista de su causa. En ese sentido, hay que ver ‘Traidores’, la película documental de Jon Viar, y empatizar con las víctimas. Porque también habría que decidirse por no seguir traicionando al pasado.

* Escritor