Como ya he comentado algunas veces, el recurso productivo más valioso para una economía es el humano. No solamente porque se tarda mucho tiempo en obtener dicho recurso, al menos 16 años (edad legal para trabajar en España) para ponerlos en el mercado, sino porque nuestras competencias y habilidades, en la actualidad, no pueden ser sustituidas por nada. Obviamente, cuanto más y mejor formados estamos para las tareas que tengamos que desempeñar, más productivos somos y esto permitirá crecer más a una economía. De hecho, la formación es un aspecto clave para un crecimiento económico sostenido a largo plazo, siendo condición necesaria del desarrollo al determinar la productividad de un país. Cuestión de especial relevancia hoy en día al necesitar personas capaces de pensar e introducir innovaciones de forma casi constante. De modo que, cuando se toca la educación, se toca la posibilidad de una economía robusta a largo plazo, y, con ello, de expandir el bienestar económico de nuestra sociedad. En muchas ocasiones, se toma el ejemplo de Finlandia, un país con una estructura económica y de capital humano parecidas a la española en 1900, pero que apostó de forma temprana por la formación, casi erradicando el analfabetismo alrededor de los años 50, con una educación secundaria muy extendida, lo que en parte supuso el impulso a su renta per cápita.

Ni que decir tiene que no hay ningún país europeo que haya tenido ocho leyes educativas en escasamente 40 años (desde el año 1980); si hacemos la cuenta se ha cambiado la formación básica y secundaría en España cada 5 años. Desde la Loece (Ley Orgánica por la que se regula el Estatuto de Centros Escolares), nacida de la Constitución del 1978, hasta la Lomloe (Ley Orgánica de Modificación de la LOE), o más conocida como Ley Celaá, no podemos decir que haya llovido mucho, pero sí que nos hemos hinchado de ver aberración tras aberración en nuestra educación con fines claramente partidistas. Lo que me resulta más curioso es que para el momento actual toda la formación que nos dieron tanto en EGB como BUP y COU no vale, es decir, no sirve y fue hasta malo. Sin embargo, recuerdo con agrado y cariño a mis profesores de aquella época: hasta aprender algo de latín en segundo de BUP, o la filosofía de tercero de BUP y COU, que a mí me encantó, aunque iba por ciencias y luego letras mixtas. Pero lo que más recuerdo fue la disciplina y el esfuerzo inculcado tanto en la escuela como en el instituto público, que fue donde yo estudié. En la EGB sabías que tenías que esforzarte para aprobar y que además tenías que esforzarte si querías prepararte para el instituto; mientras que en el instituto sabías que tenías que esforzarte para aprobar y sacar buena nota si querías ir a la universidad, que además suponías super difícil; de modo que, tu cabecita decía que o ibas bien preparado a la universidad o te quedabas en primero.

De aquella época, salimos los que tenemos ahora algo menos de 40 y algo más de 50, y tampoco veo que nos haya ido tan mal. De hecho, somos los que estamos manteniendo a España y a nuestros desastrosos gobiernos. Somos aproximadamente el 31% de la población, el 55% de la población activa, con un 12,7% de desempleo (3 puntos por debajo de la media española), hemos hecho frente a las crisis de la devaluación de la peseta entre 1992 y 1993, a la de las ‘puntocom’ entre el 1997 y 2001, a la financiera de 2008, y a una pandemia global en el 2020. Nos hemos adaptado al salto tecnológico producido, con el uso de ordenadores para todo, internet, móviles, tablets y hasta relojes que te dicen cómo has dormido; hemos sobrevivido y manejamos (y algunos hasta han diseñado) apps de todas las formas, drones, coches eléctricos, y redes sociales; y cuando ha habido que teletrabajar pues hemos teletrabajado. Somos la generación criada en la necesidad del esfuerzo, a la que se le inculcó que vivir mejor que los padres conllevaba trabajo, y todo eso se dio con aquella educación. Desde luego la educación tiene que evolucionar con el tiempo, aportando aquellas habilidades y competencias que van a ser clave en el mercado laboral del futuro, pero tantos cambios drásticos que parecen provocar cada vez peores resultados... Va a ser muy difícil que me convenzan de que hay que pasar con todas las asignaturas suspensas porque si no el niño (lo uso en genérico) se frustra, que lo importante son las emociones, que hay que quitar la filosofía, que los inspectores educativos no tienen que acceder por oposición o que alguien se va a inventar una materia que explique la historia de la democracia sin meter activismo político.

Lo evidente para mí es que llevo dando clase en la Universidad 12 años, y el nivel con el que llega el alumnado es cada vez más bajo, notándose mucho en la capacidad de esfuerzo, pero también en la expresión escrita y en cualquier cosa vinculada con las matemáticas, hasta lo más simple. ¿Qué hacemos nosotros, que somos el último eslabón de la cadena? ¿Bajar el nivel al ritmo que lo hacen las leyes de educación de los sucesivos gobiernos? ¿Suspenderlos con la consecuencia añadida de que puede ser un problema porque bajan las denominadas «tasas de rendimiento» y «tasas de éxito» de la Universidad y tuyas como profesor? Un poco harta de ir de mal en peor sin que nadie se pare realmente a reflexionar, planificar y diseñar una educación que asegure nuestro futuro.

** Profesora de Economía Financiera. Universidad de Córdoba