Mientras Mark Zuckerberg presenta Meta, su metauniverso, a todo trapo, mi padre va al banco a hacer un trámite y el oficinista, de malos modos, le dice que se vaya al cajero y que si no le gusta, se cambie de entidad. Mi padre empezó en Caja Rioja, que luego fue Bankia, y que ahora es de CaixaBank, pero él sigue aferrado a la idea de que su dinero está en una caja de ahorros donde le van a atender como te atendían antes, personalmente. Tiene 84 años y así son las cosas para él y para muchos de su generación hoy. Mientras el creador de Facebook quiere que subamos un escalón más en nuestra felicidad virtual, muchísimas personas se ven expulsadas del universo virtual actual, como para pensar en pasarse al siguiente nivel. A mi padre le piden que se cite por internet para cualquier trámite (nos lo pide a las hijas, con lo que eso supone de humillación para una persona perfectamente válida) y no hay otra opción. Pues me parece que ya está bien. El mundo virtual está arrinconando a los más mayores, o a los que no tienen acceso a un ordenador para cualquier trámite, desde el más nimio hasta algunos vitales. Durante la pandemia tuve que ayudar a una persona a tramitar su solicitud de ingreso mínimo vital y estuve sentada dos horas delante del ordenador, y necesité usar el escáner de mi impresora (que tampoco tiene todo el mundo, aunque se sorprendan) y sudé tinta hasta que acabé de subir papeles, casilla tras casilla. Y eso que yo estoy acostumbrada. Peor es que es una vergüenza la distancia que se está creando entre quienes tienen habilidades digitales y quienes se han quedado atrás. Por eso Meta me parece, con perdón, una chorrada. Porque bastante tienen muchos con sobrevivir aquí.

* Periodista