Opinión | ENTRE VISILLOS

El hilo de la memoria

La costura vuelve a estar de moda en talleres de aprendizaje y hogares

Todo pasa y todo queda, y todo acaba repitiéndose antes o después como en un eterno bucle melancólico. Hasta bien entrados los años cincuenta del pasado siglo, cualquier joven casadera que aspirara a ser una esposa como Dios mandaba entonces, hacendosa y sumisa -adjetivos muy de la época, siempre aplicados a la mujer-, había de pasarse las tardes sentada en una silla baja con una labor entre las manos. Y desde esa silla, de anea (o enea, que el diccionario no se aclara al respecto) si la escena se desarrollaba entre la clase popular andaluza y se ubicaba en un patio de vecinos como si estuviera sacada de un sainete de los Álvarez Quintero, sentada de esa guisa la muchacha hacía su vida sin soltar la tela, entendida aquí en el sentido más literal de la palabra. Mientras sacaba hilos para la vainica del mantel o bordaba sus iniciales y las del novio en las sábanas del ajuar -otra palabra en desuso que sin embargo marcó a muchas generaciones-, la aspirante al matrimonio lo mismo cotorreaba con sus amigas que rezaba el rosario o pelaba la pava.

Y así un día tras otro dándole a la aguja y al dedal en aquellos noviazgos infinitos, soñando con ser pronto y exclusivamente la perfecta ama de su propia casa. De hecho, estrenar marido y retirarse del mundo laboral, si es que la chica lo había catado, era todo uno, pues estaba mal visto -al menos en el sector social del quiero y no puedo- que entraran en el hogar otros ingresos que no fueran los del padre de familia. Luego la familia iba creciendo y a la joven que cada vez lo era menos, sin salir fuera, se le permitía contribuir a la economía doméstica con lo que mejor sabía hacer: aplicar sus conocimientos de costura a la ropa de los hijos. Y nuestras madres, que antes habían competido por la puntada más menuda con sus conocidas, otras madres con idéntica formación y aspiraciones, pasaron a medirse entre ellas, como si de una minúscula revolución industrial se tratara, por la categoría de su máquina de coser. En la España desarrollista no había comedor modesto donde no reinara, junto al frigorífico recién adquirido a plazos -pieza esencial que no era cuestión de relegar a la cocina-, una Singer o una Sigma sobre la que lanzar suspiros a ritmo del pedaleo. Pero cuando empezó a llevarse la ropa confeccionada y hubo medios para comprarla, aquella máquina casera que a tantos niños y adolescentes había vestido quedó en un rincón, más olvidada que el arpa de Bécquer.

Hasta ahora, en que se vuelve a poner de moda. Un curioso reportaje de Araceli R. Arjona lo contaba el otro día en este periódico a través del testimonio de varias modistas; mujeres emprendedoras que no solo se ganan la vida diseñando y cosiendo, sino que han creado academias para enseñarlo. A ellas acude un público variopinto, pero mayormente femenino, deseoso de aprender las reglas básicas del oficio o incluso de hacerlo suyo. La tendencia no es del todo reciente; al parecer se remonta al 2009, en que apareció la exitosa novela de María Dueñas ‘El tiempo entre costuras’ y, sobre todo, a la serie televisiva de cuatro años después con igual título. También han contribuido los programas con diseñadores de postín, entre ellos nuestro Palomo Spain. Pero, según cuentan las maestras, ha sido la pandemia la que ha derivado a muchas almas perdidas hacia sus talleres. Unas buscan una salida profesional para salir de la crisis, otras un entretenimiento antiestrés de coser y cantar, incluso se habla de un reciclaje de ropa usada solidario con el planeta. El caso es que todo vuelve y la Singer también. Confiemos en que esta vez no sea para encerrar a la mujer en casa.

Tracking Pixel Contents